Nacido en 1909 en Antequera y tras su casamiento con una rondeña, fija su residencia habitual en Ronda.
Tanto debió impresionarle el prodigio geológico de nuestra ciudad y sus indiscutibles encantos que descubrió aquí su vocación paisajística y a partir de entonces el motivo central de sus cuadros sería Ronda y los pueblos de su serranía.
En 1946 celebra su primera exposición en el Museo de Arte Moderno de Madrid con 19 cuadros de los cuales 13 eran sobre Ronda, adquiriendo el Museo uno titulado "Casas sobre el Tajo"
La crítica dijo de Él "Téllez Loriguillo no es de Ronda... pero sí es el pintor de Ronda...Muchos cuadros suyos apacibles, serenos... acusan esta misma propiedad de pintura rondeña. Es la media verónica rondeña que en lugar de pegarse al costillar del toro, se pega a los cuernos".
De una exposición que celebro en Cataluña, se dijo "Ir a la sala Barcino para ver la exposición de Téllez Loriguillo equivale a darse un paseo por Ronda y sus alrededores. Allí están sus calles de casa recién encaladas y los tajos y la sierra y la huerta"
D. Santiago, declaro "...vivo en Ronda, encantadora ciudad donde he encontrado el más monumental y bravo de los paisajes" y "Yo que conozco el (paisaje) de casi toda España, puedo asegurarle que sus motivos innumerables (los de Ronda) y su luz única me han apresado pa los restos, como decimos los andaluces".
El Excmo. Ayuntamiento de Ronda, en sección plenaria de 5 de mayo de 1986, acordó por unanimidad, siendo su Alcalde D. Julián de Zulueta, nombrar a D. Santiago Téllez Loriguillo, hijo adoptivo de Ronda a título póstumo.

De Santiago Téllez Loriguillo.

El lienzo como ventana abierta que te invita a volar. Cada pincelada un obstáculo que hay que sortear después de su análisis contemplativo.

El camino por el que entra la mirada puede ser una superficie húmeda o un estrecho sendero envuelto por las luces y las sombras que proyecta la vegetación. Y siempre montañas, que pueden resplandecer con la iluminación intensa y contrastada que te llevarán inevitablemente al sur, o estar impregnadas por las luces sutiles que transitan entre oportunas nubes que confunden el momento horario al que pertenecen.

En una cumbre o en alguna ladera un pueblo blanco que estalla en azules, verdes y naranjas (¡cómo es el blanco cuando se inunda de colores en gama alta y queda envuelto en la diversidad de grises que una paleta experta puede arrancar a la materia!).

Y la textura de las manchas del color depositado con acierto sobre la superficie, el color limpio que se siente vivo porque no ha sido tocado y retocado y vuelto a tocar, sino que se ha abandonado en el lugar preciso, en el tono necesario para que su vibración transmita la esencia de la forma, la pureza matérica de las superficies, ya sean sólidas rocas o delicados arabescos vegetales. Y la luz como protagonista de destellos, transparencias, resplandores, vibraciones infinitas que la mirada no puede eludir y queda atrapada en un recorrido lector del espacio que cada elemento de la composición dirige, obligándola a detenerse, a serenarse para que la contemplación se convierta en experiencia de deleite, en situación de gozo sensible..., y todo ello sin poder enterarte que ha transcurrido el tiempo.

Y. Acerca. (Juan Pino Paez)