Llanto por Miguel Hernández
Colmenar de barro inerte,
habitáculos henchidos,
seres enfermos de muerte
con trajes de huesos vencidos.
En el silencio del alba,
en la fría enfermería,
se está rompiendo la calma,
Miguel, solo, se moría.
Que no quiero verlo, que no.
Tumbado, su pecho abierto,
donde marcha lentamente
la suciedad que en su cuerpo
rompe su vida y simiente.
Que no quiero verlo, que no.
Dando un último suspiro,
su cuerpo de mármol blanco,
se aleja de su familia
y se asoma ante el barranco.
Dos cebollas son sus ojos
que miran hacia el vacío
escribe el último verso
con lágrimas de rocío.
Que no quiero verlo, que no.
DAVID ROMERO RAPOSO |
Víctor Jara
I
No osaron mirar,
las cuencas de sus ojos
desbordaban libertad.
Vuelto de espalda
destrozaron su cuerpo.
II
Se equivocaron,
cuarenta balas no son
bastantes para callar.
Por las montañas
su voz aún resuena.
DAVID ROMERO RAPOSO
No
No, no siempre ocurre así,
no todas esas ofrendas
que vemos en los caminos,
sembradas en las cunetas,
se erigen tras ocurrir
cualquier accidente cerca.
No, algunas de esas flores,
de esas cruces y esas placas,
son colocadas ahí
pues no hay nicho donde anclarlas,
ni hallan ningún cementerio
donde poder colocarlas.
DAVID ROMERO RAPOSO
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