PARA MIGUEL HERNANDEZ
Si la cárcel pudiera acariciarte
y empapara su sangre con tu aliento,
torna rase de espigas el paisaje.
Si la cárcel pusiera en ti su pecho,
y escucha ce sus fuertes campanadas,
cambiaría de sentir, su pensamiento.
Si pusiera sus oídos a tus olas,
de ese mar sin gigantes ni inmaduros
no lloraría su dolor a solas.
Si la cárcel te arranca y te decora,
y estirpa de esas carnes los cuchillos,
clavados en tu cuerpo, en mala hora,
darías fuerte luz y claros brillos.
Tornarían se en finísimas almas,
tu sangre derramada en los castillos.
Tus ojos se negaban a cerrarse,
cuando de madrugada y sin estrellas,
no dejaron amigo en que apoyarte.
Corto fue tu camino en estos lares,
pero lo suficiente en largas penas.
Viviste sin reposo y con pesares.
Decías que dolor y analfabeto,
se fuesen deshaciendo en la montaña
y hubiese un renacer, cual fino abeto.
Lo claro de tu fuerte compromiso.
La estela de ese amor ensangrentado,
fue ráfaga de luz del paraíso.
Ana Becerra
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VUELAN ALMAS ROSA.
Vuelan almas rosa
de amor y bondad,
por los campos mudos
que quieren hablar.
Engendran en cuerpos,
de color marrón.
¡Pobres niñas negras,
cuanta sin razón,
tendréis de los hombres
por vuestro color!
¡Callate la boca!
el amo dirá,
te lo mando yo a
ti, negra asquerosa,
con tu sucio olor.
Rendir es tu misión,
que látigos tengo
en cualquier rincón.
Y tú, vieja, callas,
si no, cobrarás.
Y siguen las nubes
en tan puras almas,
que no ven el Sol
Crímenes sis sangre.
¡Que desolación!
y en tal amargura
plegarias de fe,
dicen a su Dios.
Oh Señor, tú, que
en las alturas ves
nuestro caminar,
desnudas de amores
sin paz ni verdad,
expuestas al viento
y al fuerte huracán.
¿Hasta cuando Dios,
esta crueldad?
Ana Becerra |