BITÁCORA

Sueños rotos en el bajel,
rumbo a la deriva,
transitan un destino incierto
hendiendo olas en un mar abierto.

A lo lejos
un altozano de níveas edificaciones
aguardan con recelo mi llegada.
Oigo el   muazín                                                 
entre el murmullo de sus calles.
Ojos negros,
de profundos pozos de sabiduría,
observan de soslayo
mi advenimiento.

Los sueños rotos
no caben en las maletas
del olvido,
se quedaron arrumbados
por las oscuras esquinas
del bajel que me trasladó a Tánger.

Los sueños rotos retornan
al país donde nacieron.
Y yo, me quedo aquí,
en la ciudad de las mil caras,
con las maletas
vacías de recuerdos.        
           

 Nuria Ruiz Fernández

EL BARCO

Te alejas de este mar ingrato,
de este mar extraño,
abandonas mi orilla
y te ríes en mi cara.
Me dejas aquí
viendo como te marchas.
Las olas te acompañan,
hoy no puedo seguirte.
Has olvidado mi presencia,
¡la cubierta me está llamando!
Otros ya la han ocupado en mi nombre,
y avanzas cauteloso enmedio de la nada.
Allí, en la otra costa,
te esperan las kandoras
y el té con olor a menta,
¡tú ni me recuerdas!
Y yo no dejo de pensar en tí.
Quiero pisar tu suelo,
quiero sentir el viento en tus ventanas,
quiero sentir el mar en tu fortaleza
y sentir que me resguardas en el viaje.
Volveré a tu puerto,
izaré mi bandera,
me dejaré arrastrar por barlovento
y por tus terrazas de arena
para que me entregues sin tregua,
- como el barco pirata que raptó
a la princesa -
en la marabunta del muelle,
en el límite del mapa donde
se cruzan los dos mares,
allí quiero que me arribes
sin miedo y sin rencores,
allí quiero que atraques mi alma,
allí quiero,
en las orillas de Tángis.

 Nuria Ruiz Fernández

EL PASO DE LAS ESTACIONES
A Virginia , mi hija

El verano se prolonga más allá del calendario
y el invierno nos sorprende casi siempre
porque irrumpe con sus fríos,
con sus días grises y húmedos
en estas mañanas aún otoñales.

El recuerdo de hojas doradas mecidas por el viento
y el color verde y ocre del quejigal
o de los álamos y chopos de la ribera
queda en suspenso cuando un viento frío
arranca con furia las hojas amarillas
que aún adornaban al olmo, al nogal o la higuera.

En el trasiego de cajas y ropa
que acontece en el cambio de estación
siempre aparece alguna prenda
que nos resistimos a tirar,
tal vez porque su recuerdo la haga valiosa
en su pobre y desgastado aspecto.

La memoria que encierra un tiempo ya vivido
se hace presente en un nuevo surco en la cara,
en una piel cansada o una arruga
que ayer no estaba
y que hoy el espejo nos devuelve
con una crueldad insoportable.

Así, despacio, con resignación y esperanza
volvemos de nuevo al paso de las estaciones,
al lugar donde habitan los sueños
y donde por fin se instala el olvido.

Jose Antonio Melgar

 LUNA DE VERANO

Una inmensa luna de color naranja
se oculta tras la montaña
en el otro extremo del globo
por donde el día se anuncia poco a poco
y devolverá el color a las cosas
que todavía permanecen en sombras.

Un sol naranja iluminaba la noche
cuando el día aún no era
y el alba se demoraba, contemplando tal vez
tanta belleza en este amanecer mágico.

Parecía una hermosa puesta de sol
pero era de madrugada cuando la luna
se retiraba como este verano ardiente
y solo el ulular de un buho
en el silencio de la noche
nos recuerda que no es un sueño
y que podemos suspirar hondo de nuevo.

Dicen que no es aconsejable regresar
al lugar donde uno ha sido feliz.

Quizá esta luna de final de verano
y este amanecer repleto de emoción y belleza
nos ilumine otro tiempo, otro camino
donde también sea posible encontrar la dicha.

Jose Antonio Melgar