POEMARIO
SI YO FUERA UNA CALLE
Si yo fuera una calle
ancha me querría,
concluyendo en una plaza de jubilosa algarabía.
Con brisa fresca, alentadora,
abierta y risueña, siempre al viajero.
Iría, vendría,
Como grato pensamiento,
con renovado tiempo, nuevo,
suficiente para el buen hacer y mejor trato.
Lejos del desmayo yo sería
incansable como el mar en cada orilla,
pues merece cada quien y cada paso,
se le presta atención,
se le rinda pleitesía.
Si yo fuera una calle,
de animoso paseo me haría,
por donde los niños en sus juegos
se animen de peripecias y correrías,
donde la inocencia conviva con la alegría
Y la ternura con los sueños.
Que los abuelos me anden
con ojos claros, chispeantes,
mientras gustosa les llevo de la mano,
acompañando su andar anciano,
lleno de historias y sabiduría.
Si yo fuera una calle
quisiera se me andara
con un respeto no impuesto,
con algo de mimo, con gesto de recogimiento,
con ánimo de paz y frente despejada.
Siempre poblada de ecos risueños,
que las ilusiones me brotaran sin esfuerzo
y fueran las miradas
tan lindas como las bellas flores
de mis ventanas colgadas.
Que todo aquel que llegara
sintiera su hogar presente,
nadie extraño por mucha gente,
ni perdido ni desamparado,
más bien amigo
al que con calor se recibe
y presto se le ofrece abrigo.
Si yo fuera una calle
sería de puertas sin llave,
casas abiertas para mitigar el hambre,
de amor o de esperanza,
de cariño o confianza.
Calle de casas acogedoras,
donde se tenga en cuenta
hasta el más mínimo detalle,
con zaguanes de sombras,
pero todas reconfortantes,
casas sin fantasmas del pasado,
sin miedos que apremiaran,
sin dolores apretados,
sin llantos que no pudieran calmarse.
Si yo fuera una calle
sería festiva cada día
y algún motivo tendría para celebrarse.
Arco iris de colores
de una punta a la otra,
para una calle que nunca reconocería la derrota.
Bandadas de palomas
llenando de vida el aire,
donde lenguas, razas y credos
se dan la mano unánimes,
y hasta las piedras saben
que la verdad es cosa de todos,
y todos somos guías de alguien.
Si yo fuera una calle
llena de amor me querría,
preferida de enamorados y amantes,
por donde las parejas avanzarían
con un amor consolidado,
un solo corazón en unidad,
hombre y mujer, plenamente igualados.
Cuántos sueños, verdad,
si yo fuera una calle,
me llamase conciencia, unidad,
hiciese esquina con la paz
y el mundo entero rondase.
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UNA SONORA CANTINELA
Una sonora cantinela
resuena como eco por el mundo,
sus notas transcienden el transcurso del tiempo,
haciendo que ayer y hoy, parezcan iguales,
que en lo esencial cambiaran
las cosas apenas levemente.
En todo momento y lugar,
existió el oportunismo,
la ambición la vanidad,
el abuso de poder
y el orgulloso egoísmo.
Tan solo basta hurgar
en cualquier pasaje de la historia,
para darnos cuenta de que siempre
hubo quien, hoy al igual que ayer,
sencillamente arrasa con lo del vecino,
impone su cínico criterio,
con la vara de medir ancha
se mide a sí mismo,
mientras rige con estrechez
los ajenos destinos.
“Nada hay nuevo bajo el sol”,
son palabras puestas en boca de Jesucristo.
¿Quiere decir esto
que el hombre no cambia,
que todo es monótono, predecible, repetitivo?
¿Estamos ante una clara evidencia
de que las apariencias engañan
y que pueden pasar años, quizás siglos,
y solo damos vueltas
girando sobre nosotros mismos?
Entonces, ¿a qué jugamos?
Estamos todavía saliendo de la infancia
y rozando apenas la juventud humana.
¿Sujetos por cadencia a una larga, penosa jornada,
no se puede proclamar,
con voz alta y clara,
que por fin la madurez
fue por muchos alcanzada?
Mirando a mi alrededor advierto
que estamos lejos de ese punto hoy en día.
Siento que aún queda camino,
comprensión y esfuerzo,
para estar a la altura requerida.
Que en la más álgida luz
tanteamos cual ciegos
y que no abrimos los ojos
porque tenemos miedo a crecer.
Miedo a ser sorprendidos
por un acto glorioso de amor
irreductible, que libera en la madrugada
la verdad más completa y tangible.
Estamos aquí porque se nos ha permitido.
Poblamos el mundo
porque se nos ha hecho posible.
Gozamos de esta tierra
porque se supuso al ser humano
un guardián que la hiciera siempre sostenible.
Y hemos ignorado que no nos pertenece
nada de ella. Ni siquiera advertimos
que de ella fuimos forjados, ni siquiera…
Los mismos errores una y otra vez se repiten,
como esa sonada cantinela
que llena el aire de paroxismos.
Si quieres despertar, despierta,
sino duerme, calla, cesa,
más no te lamentes y luego
cuando te estalla en pleno rostro
aquello que te somete y pesa,
no te pongas nuevamente a llorar
como un niño. Es ahora
cuando se te pide
que te pongas de pie, que seas la certeza
de tu verdadero nombre,
y des ese paso al frente
para entrar en la responsabilidad
y en la madurez.
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TODA TERNURA Y SENTIMIENTO
A mi abuela María
Cuando pienso en ti se entorna
la puerta de mis dulces recuerdos,
y asido de tu mano voy por las calles
envuelto en la paz que emana tu silencio.
¡Qué oportunidad Dios me ofrecía,
dándome esta vida como uno de tus nietos!
Para mí fue providencial el haberte conocido
y acercarme desde ti a la luz, a lo divino.
Bajo tu atenta mirada mi niñez transcurre,
al amparo de tu regazo confortable y generoso,
por instantes mimado, querido siempre,
día tras día sostenido de pequeños agasajos.
En mis noches de sombras y temores,
cuando mi frente se nublaba de fantasmas,
eras tú, abuela, mi socorro más cercano,
la cálida presencia que enseguida me calmaba.
Como un consuelo me apareces siempre,
toda ternura y corazón te siento,
alma amada, montaña de puro sentimiento,
maternal figura de intenso amor traspasada.
Cual hormiguita, en tu labor bien temprano,
paciente y entregada a tus muchos quehaceres.
Firme en tu propósito, callada, valiente,
alentando tu vida y también la de los otros.
Gentil en tus maneras, respetuosas y afectivas,
sonrisa franca, calurosa en la acogida,
yo jamás te sorprendí en un mal modo,
nunca te prestabas a chismes ni habladurías.
Y si debo mencionar tus mil virtudes,
este poema y cinco más no bastarían.
Y si debo resumir, abuela María, un sueño eres tú,
Angel de Dios que me guarda todavía.
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OBSERVAS
Observas,
miras a tu alrededor
y luego,
miras adentro,
en el fondo mismo del alma
y te das cuenta
que todo es un misterio
y un misterio es nada.
Pones nombre a las cosas
y las cosas se nombran de modo
que no las conoces.
Utilizamos
a los unos y a los otros,
y más que ayudarnos,
nos servimos del otro para crecer más alto.
Buscamos sacar la mejor tajada,
llevarnos los mejores platos.
Poco importa si hay bocas
que ya ni tan siquiera gritan
de tan mudos, tan callados,
tan apenas sin palabras ni bocas.
Y esos ojos que están cansados
de mirar al desespero,
que apenas sostiene con acierto
la clara limpieza de otros ojos,
esos,
como esa mano que tiembla sola
suspendida del andar de un anciano,
apenas conectada al ritmo de la vida,
sola,
como solos nos sentimos tantas veces,
jugando a ser
memoria que se pierde,
trozo de piel que ahora se disfraza
y luego se mustia.
Aún no hemos entendido nada supuestamente.
Hace siglos que nos hablan y nadie oye.
Son tantos los vestigios, las señales,
es tan contundente el mensaje
como el fluir de las mareas.
Y sin embargo,
en este desierto imparable,
en este mínimo peldaño,
dejamos morir el ansia, la ilusión, el sueño,
ignorando que somos grandes,
desconociendo que siempre fuimos inmensos,
que ahora más que nunca
hemos crecido
y que ya nada va a detenernos.