Luces y sombras de la masonería rondeña
Una aproximación entorno al año 36
La influencia de la masonería en el gobierno municipal fue destacable durante toda la Segunda República. Este artículo pretende analizar los motivos de la militancia política de los masones y cuál fue el final de la institución en la ciudad en aquellos días. Por desgracia, aún sigue siendo necesario iniciar cualquier trabajo acerca de la masonería con un párrafo aclaratorio sobre lo qué es y lo que no es ésta institución tan denostada en nuestro país. Durante largos años se ha intoxicado de tal manera a la opinión pública, que hay quien relaciona a la orden con extraños rituales mágicos o demoníacos. Pero afortunadamente, este trabajo de poner blanco sobre negro, ya ha sido realizado por notables masonólogos de la talla del profesor José Ferrer Benimelli y otros, así que pisamos sobre terreno seguro.
La masonería, en palabras del citado erudito, es una asociación filantrópica cuyo fin es el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros, mediante la construcción de un templo simbólico dedicado a la virtud. Entre sus lemas destaca la defensa de la libertad, la solidaridad y la fraternidad, pilares básicos de la dignidad humana. La masonería no es un partido político, ni un sindicato, ni una religión, ni una secta. Al contrario, sus miembros tienen prohibido hablar de política y religión porque conducen inevitablemente a posturas antagónicas, contrarias a la tolerancia que debe reinar en los templos masónicos. Podríamos afinar más pero para los fines propuestos nos basta. En esta primera definición ya observamos la primera contradicción de la institución, puesto que durante los años de la Segunda República, muchos políticos de primera fila fueron masones y no ocultaron su doble militancia. Lo mismo ocurrió en el gobierno municipal de la ciudad, muchos de los concejales e incluso algún alcalde de Ronda fueron masones.
¿Qué pasó para que se diera esa militancia masiva de los masones en política durante la Segunda República? Puesto que la República defendía la libertad, la igualdad y la justicia desde la propia Constitución y estos son precisamente los referentes irrenunciables para la consecución de un mundo más cercano al ideal masónico, el matrimonio era natural. Así, desde el primer momento de la proclamación de la República, los masones son llamados a defenderla como su propio patrimonio. Centrándonos en Ronda, la actividad masónica desde 1925 en adelante ha sido concienzudamente documentada y analizada por el profesor de la Universidad de Sevilla, Leandro Álvarez Rey. En su artículo “Republicanos y masones en la provincia de Málaga (1925-1936)” repasa los orígenes, influencias y devenir de la Logia más duradera en la ciudad: la Giner. A esta Logia rondeña pertenecieron todo tipo de hombres1, de profesiones liberales (comerciantes, empleados del ayuntamiento, de la banca, ferroviarios, militares, médicos, agricultores, zapateros, etc.), algunos de los cuales tuvieron cargos de relevancia en el consistorio. En teoría, en la Logia Giner había cabida para todo tipo de formas de pensar, aunque en la práctica, la Logia vivió varias escisiones entre sus miembros hasta que en 1934 el ala más izquierdista de la misma formó su propia Logia, la Gautama (ambas convivieron en la misma federación de asociaciones masónicas, la Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía, de la que fue Gran Maestro muchos años el primer presidente de la República, Diego Martinez Barrio). Como consecuencia, a principios de 1934 había en Ronda dos logias, la Giner con 7 miembros y la escindida Gautama, con 10 componentes.
Las actividades de las logias rondeñas siguieron su curso y ambas prosperaron: la Giner alcanzó los 20 afiliados, mientras que la Gautama llegó a 17. Sin embargo, las disputas entre las logias eran frecuentes, en palabras del profesor Leandro Álvrez: “desde hacía más de 40 años nunca había habido en Ronda tantos masones e activo como a comienzos del 36, pero casi nunca esos masones habían estado tan fraternalmente enfrentados, enemistados y divididos”. Las peleas entre ambas logias trascendió a la primera institución rondeña y acabó con un grave enfrentamiento entre los dos Venerables Maestros en la estación de tren de la ciudad. Era febrero del 36 y la herida se hacía patente a los ojos de todos los rondeños. Aquella ruptura no era sino el reflejo de la profunda descomposición de la convivencia que ya vivía toda la sociedad rondeña y la española en general. Se aproximaban nubarrones para los hermanos masones cualquiera que fuera su ideología política. La iglesia católica había emprendido una nueva cruzada inquisitorial y negaba la comunión a cualquier masón, situándolo en la herejía. Por su parte, la extrema derecha, jaleada por la prensa afín, señaló a la masonería como la causante de todos los males patrios y la acusaba de estar detrás de la perdida de las colonias y de la “bolchevización” de España.
En vísperas de la entrada en la ciudad de la tropas sublevadas comandadas por el golpista Varela, dos masones se encontraron y hablaron muy preocupados por la situación. Uno le dijo al otro que se iba a marchar de Ronda con la familia, que no se fiaba; el otro le respondió que él pensaba quedarse puesto que nada tenía que temer, ya que no tenía pistola y no había hecho mal a nadie. Se salvó el que se marchó. Fernando Ramirez Jiménez, empleado de la fábrica de la luz y de nombre simbólico Edisson en la Logia Gautama, fue fusilado en Septiembre del 36. Alguien se apresuró a señalarlo como masón, no hicieron falta más pruebas, no tuvo ocasión para repetir sus argumentos. El empleado del Ayuntamiento Antonio Lopez del Río, tuvo más suerte y tras regresar desde Elda, fue encarcelado en la prisión central de Burgos durante largos años acusado de ser masón por el Tribual para la Represión de la Masonería y el Comunismo, con el agravante de haber sido secretario de la Logía Gautama. Idéntico final fue el de conocidos masones de Ronda y la Serranía: Francisco Becerra Coca, Juan Núñez Villalta, Miguel Rodríguez García, …) Otros masones rondeños morían días más tarde a manos del bando franquista, unos en Málaga como Salvador Mosquera, Venerable Maestro de la Logia Giner y un querido médico de Arriate. O como Francisco Cruz Sánchez, alcalde de la ciudad que había sido masón antes del golpe de estado. Y aún hubo otros masones forzados a huir y que no volvieron ya más a Ronda. Fue el caso, por ejemplo de Miguel Rengel o de Eduardo de Hoyos, exiliados en Méjico. Triste final para los que soñaron con la libertad como máximo exponente de la condición humana. Vayan estas líneas para tratar de recuperar su memoria.
No, los masones no eran demonios con cuernos y largo rabo. Fueron idealistas que pudieron equivocarse en sus deseos de influir en la vida pública para mejorarla, pero no merecieron, en modo alguno, el escarnio ni la fatalidad a los que los condenó Franco durante los 40 años de su dictadura. Pablo Aguayo acaba de publicar “Un traje nuevo para el abuelo”, su segunda novela.
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