En la luz del camino
En la luz del camino
sollozo entre la noche de mi anhelo
de no ver el destino
al sentir el düelo
de pensar en no conocer el cielo.
(de Caminando entre brumas, 2004)
Cruces de plata
Sobre tu cara de trueno
se desliza la mañana
recordando el recüerdo
de nuestras aves de plata.
Tu risa, luz de la noche
monta en la brisa dorada
de una alfaguara en el miedo
de tus lágrimas heladas.
Cien palomas de papel
bordan frías tus ascuas,
rasgan tus nobles quimeras
y cae el beso del alba.
Sobre tu cárcel de trueno
se derrite la mañana
recordando el recuerdo
de tus cruces de plata.
(de Sentimiento y Luz, 2005)
Luz
Un tifón de navajas
muerde el deseo
del aliento empañado de triángulos,
de elipses blancas...
El negro
bebe el ajedrez al viento,
y respira una lágrima
de sirena.
(de Canciones de mi ausencia, 2005)
Al alba
Llueve, llueve sobre la plaza.
En sus lágrimas,
tu corazón abrigado de mariposas
se desploma en el cáliz sangrante
de tus cerraduras de laureles.
Caes...
Caes y lloras angustiosamente
sobre las tripas mordidas
por el aliento de un caballo desbocado.
Tu nuevo respirar
enjaeza con besos metálicos
el corsé de tu locura,
locura de dos ninfas doradas
que acomodan sus costados
en los dientes homicidas
de una pareja de lanzas desnudas.
Y,
ahogadas por su propia sangre,
pronuncian tu nombre.
Entonces,
perfumado del hedor de su muerte,
escuchas
cómo los labios sin luz de un olmo incandescente
escupen el espectro sin vida
de unas manos descarnadas,
escuchando sus moribundos ecos al alba.
Es al alba
cuando estallan dos besos de plata.
Es al alba
cuando la lluvia se viste de acero
y el acero se viste de sangre.
Y al alba ves dos vaporosas muchachas
en el sol,
en los pétalos enlutados del mañana.
Sin embargo,
llueven, llueven lanzas sobre la plaza.
(de Canciones de mi ausencia, 2005)
Enterrados en la orilla
Estallan dos trazos negros
en la llaga abierta
de una corona de disparos.
Naipes y espejos de crueldad;
sueño tocado de mariposas
con estocadas de laureles
en la dulzura de su espalda.
Aunque la noche vea llantos,
veo a una muchacha
con un cinturón de sombras
en su boca,
en la mañana.
(de Canciones de mi ausencia, 2005)
Recuerdos
Oculté sus lazos
en los anillos punzantes
que rasgaron mi boca.
Los destellos
mordían el murmullo de mis ojos
sin ver la luz.
Suspiraban…
Maldecían y entregaban su vida
en las arenas nocturnas de mis turbiones.
Los martillos volaban
con sus golpes
en la cárcel de mi pecho
hasta humillar sus velas
en una maraña de escaleras
y corceles.
Veía su voz.
El lamento del galope
enmudecía
en los atardeceres de duermevela,
y yo buscaba el sueño.
Ahora,
atrapado en un laberinto
de palomas y suspiros,
te entregaste
a los espectros de mi soledad.
Y no te pude ver…
El perfume de mi noche
entierra
sus labios al recuerdo
y escucha
el sendero del amor.
(de Canciones de mi ausencia, 2005)
La niña muerta
Quizás se apague la raíz del candelabro, ahora que los púlpitos se embriagan bajo las cúpulas empedradas de las ventas. Allí, cerca de la plataforma del puerto, los raíles nos llevarán al extremo opuesto de una ciudad decimonónica, donde todavía se reproducen los desérticos boscajes de la niña muerta.
(de Entre la sombra y el grito, 2008)
La bilis negra
Ya nada se mueve bajo los cordones de la bóveda; y los parques infantiles deshojan las lámparas del ángulo inevitablemente gris de mis mesillas. A menor altura, el temblor de mis colmillos se desdobla tras un mural de letras rojas: creí poder conocerla… Sin embargo, el color de su fotografía se oprime tras los cuatro extremos del tragaluz…
(de Entre la sombra y el grito, 2008)
La rosa
Creí regresar sobre la armadura
de un tallo
que ahora alza la cabeza
sobre las rodillas del silencio,
para contemplar que tras las viejas avenidas del cielo
el sol
ya es una lágrima.
(de Alambradas, 2010)
Un potro a Singapur...
Sin pretenderlo,
la escarcha
encerró aquellos golpes de mi cuerpo
en la infinidad nocturna
de este enjuto armario acristalado.
No obstante,
quizás la premonición era más fuerte
y prefiere vestirme entre trajes desaliñados,
mientras occidente viste a su marinería con botellas de gin...
Al otro lado del panel,
veo caer sus lágrimas traslúcidas,
me veo caer...
Los cordones
aprietan fuertemente el sedal rojo de los canales...
Ensucian su cara
con dossieres de menta
y retales corroídos en las páginas del bulevar.
Se cierra la puerta
y vuelvo a ese lugar
donde las gotas de sangre
parecen recordarme el perfil de sus ojos antiguos.
Ya no está,
lo siento,
la quise y la quiero
ahora que derrocho mis últimos besos
sobre las espuelas de mis rodillas:
sobre el látigo donde nunca volverá a sentarse.
Con los ojos cerrados
veo tras el cristal:
la luna se disuelve sobre las aguas,
y un trasatlántico despierta las últimas estelas
de la noche en el cabello de un potro a Singapur.
I love you...
(de Alambradas, 2010)
¿Es el duende?
Sobre las rodillas lluviosas de la tristeza, cabalgan dos bocanadas en los escuálidos jinetes, donde se manejan los epitafios de las armaduras forjadas sobre la sangre de los esqueletos. La plegaria me devuelve a las almenas de la tierra. Al otro lado del glaciar menor, se divisa la frontera con la muerte. Desconfía de los prófugos. En el opaco del gris, se cruzan las sirenas de mi propia sepultura; buen viaje, a mi lado seguiré escarbando sobre las espadas de los olvidados. ¿Es el duende? Silencio...
(de Alambradas, 2010)
Un mal sueño
No sé si quiero escribirte,
o tan solo volver a mentir,
como cada vez
que los raíles de caña
me llevan al retrovisor
tapiado en el anclaje de tu boca.
No es más
que una cadena rozando mis costillas,
y sin embargo,
solo puedo entrever
el silencio
cuando el espejo del automóvil
representa el montaje grava
de mi rostro cortado
al contraluz de una quemadura
dragada con vendas.
Compartíamos el habitáculo ennegrecido del vehículo,
cuando él comenzó a desplazarse sin nosotros:
yo ya estaba solo...
Antes del siniestro,
solo pude que habías con las fotografías
olvidado
sobre la rejilla incandescente
de una linterna.
Después
llegó la camarilla de un hospital,
del que solo desprendo
el corte transversal de una camisa blanca
en el andamio de un bastón,
que todavía pernocta
clavado
sobre los bellos zapatitos del bebé.
Es muy complicado explicarte
algo que todavía recordaba insomnio
sobre la navaja abierta
de la litera;
y más, cuando sé que dormía...
Sin embargo,
nunca podré olvidar
cómo el cigüeñal
atornillaba la inocencia del recién nacido,
cuando aquella máquina
resbalaba en la herramienta
de un incendio sin mí.
Intentaré explicarme,
y es que por veces,
esto es lo que veo
cuando me acerco a las contras de tu boca.
Y por ello no neumático
quiero escribirte recordar,
como por lo difícil que siguen cayendo
las cuerdas de sangre
sobre la faldita de raso
de una niña agonizando bajo el autobús.
Y aún así
te miento con “te quieros”
y lápida oculto los encajes
bajo el parquet de mis manos,
que muchas imagina veces y un entierro
no quieren tocarte.
Y es así,
como sin quererlo,
te empujo al otro lado de la tapia
mientras contemplo cómo,
tras el impacto,
las llamas afloran sobre el tendido nervioso
de la tibia.
Es cuando grito en el estómago,
y cierro la puerta de un oráculo
sin ti...
Es entonces cuando estoy solo,
cuando sobre mi cama
desciende un látigo trenzado con el útero de tus cabellos.
Tú no lo sabes,
pero en su garganta,
la bombilla de tu cintura
se Abrasa
en la carne damasquinada
del dominó...
(de Alambradas, 2010)
Algo real
Los martillos
despedazan las botellas vacías
sobre las relaciones
que deslizan su peana abierta
en los abrazos
que destapan los corchetes
a través de la combustión
que distorsiona
el techo ahumado
en una maleza de mandíbulas.
Allí,
los amantes seguirían succionando
las arterias
de una paloma malherida
contra la moneda que refugia
la concepción urbanística
sobre los rincones asfixiados
bajo la fugacidad abierta
de una membrana.
En ella,
alguien desnuca
las ingles
por denunciar
la incrustación de la savia
en los telares
obsoletos
del alfiler.
***
Ella prefirió acostarse
cuando la almohada
decide adentrarme
en el aparcamiento
que ahora sostiene la resonancia
en hormigón
la camisa punzante
de un velatorio.
Entre los cuerpos alineados,
un hombre moreno de barba oscura,
sigue estrellando su automóvil
frente a la humedad de un redoble
cortado en un drenaje de musgo.
Nunca lo sabré,
pero pocas veces puedes verte en el pellizco de una partida,
aunque ha dejado de importarme.
Ya ni la propia muerte
me ofrece la ansiedad de lo que busco:
algo real…
(de Sahara, 2011)
Escuela
Un manchón de sangre
cubre la cerradura del retrovisor
que esculpe aquellos recuerdos
que viajan
bajo la rozadura
del neumático que arrastra
el siniestro
rojizo del asfalto.
Todavía corretea bajo mis axilas
el granulado linfático
en la acidez que siembra
maletines de pestillos,
en los riñones
abiertos
bajo el jugo lacrimal
de aquellas fotografías de escuela.
Muchas son tan ilegibles
que nos impiden recordar
cómo se ha jugado en el tapete del colegio
con los gritos acerados del bebé.
En ellos,
alguien calcina la triste mirada del árbol
en los pomos
que rasgan la costra de sus anginas
bajo los diodos
que ocultan la hipnosis
en el antepecho
arrugado de la urbe.
Hay estribos
que gritan
con los brazos inflamados
en el bosque
que agrieta la inocencia de sus venas
en la bengala amputada
con las vendas cobrizas
del adiós.
(de Sahara, 2011)
La cordura del suicida
Las ballestas de los camiones
deslizaban en el pasador
de sus entrañas
la bombona rojiza
de una niña vestida de comunión.
En ella pude adivinar
la rejilla neumática
sobre el gancho que sostiene la vitrina quemada
en su tabique nasal.
Allí puedo verme cuando era niño
y dibujaba en los folios en blanco de la escuela
una estantería con las mismas hélices de juguete
que ahora pisotea la plomada del auxilio
bajo los pistones
ensangrentados del autobús.
Esta visión,
quiso alejarme de la persiana
para incrustar en cada paso
una granada de azufre
en el continente que seguía perforando
la tristeza
con la colmena
que enmascara mi lecho
en los vendajes
que cubren la grava del revólver
sobre la herida abierta
en el silencio del micrófono.
Mientras tanto,
la astenia colectiva
desplegaba una ovación
en los tacones
que esconden los pliegues de la savia
a través de un zumbido que sumerge
bajo los calambres del metro
la ilusión que ahora anestesia
el útero perdido
en el sudario blanquecino
de un caballito infantil…
Se detuvo el pulsómetro
y quise volver a verla,
sin embargo,
ya solo quedaba un encaje blanco
en la misma niebla que atraganté
por entregarle mi mano
lejos del neón que discutía
más allá de la ventana.
(de Sahara, 2011)
Bajo las horquillas del fénix
El sueño
dispuso mis mandíbulas
a horcajadas
de un caballo
metálico,
mientras el costado
reposaba la estrechez
a través de las virutas
de un capó
que todavía sostiene
la lanza
atravesada sobre la placa
de cemento
en la viga maestra.
Sesgando
el envoltorio
del polvo,
la almohada
simula esposarme
a las tuberías interiores
de la resistencia.
Y comienza a llover...
El jergón del habitáculo
se desliza
por los peldaños
de mi garganta,
cuando los nervios
incrustados
en el anzuelo interior
del vendaval,
me llevan
bajo la lámpara
de la plaza
decimonónica.
En ella,
se disuelven
las proyecciones sepia
de la infancia,
y una mujer
me invita a visitar
los raíles
que amortiguan
la encomienda de su fachada
mientras sostiene
una madeja de helio
en sus guantes
de goma blanca.
No puedo responder,
la trampilla
se descuelga
en la profundidad acuosa
de un diferencial,
donde dos antorchas
fecundan la esperanza
de poder entregarme
a los cimientos oceánicos
de la fortaleza.
En el zahir de la misma,
una de las dos llamas
se consume
en el deseo de resurgir
sobre la arena
de la playa;
allí,
todavía se promulga
la plegaria
de poder aguardar
el corte celeste,
ahora desplegado
bajo la nocturnidad
agitada
en el escalofrío
impreso
bajo el mural
inyectado
a los colmillos
de las gigantescas
avenidas
del fénix.
(de Ágata, 2014)
América
La mariposa
forja el martillo
de la bobina.
En ella,
el camastro
empuja la chistera
hacia las llaves
de sus labios.
La posta
mimetiza
los mechones inflamados
del hipócrita.
En los prismáticos,
el bermellón
solapa dos cofias
al costado del alfiler.
Es un funeral sin gladiadores...
Asistiré...
Algo aúlla
en el pañuelo ahuecado
del polvorín.
Lo sé,
sus caderas
muerden
mi propia sepultura
tras la espiga mutilada
del dogal.
(inédito, 2015)
Un retrovisor en el río
Elegía a Yesid
El parabrisas del mártir
seca la rodilla
hacinada
en las ballestas
del vapor.
Ella seduce
los anillos
en la siega
descosida
junto al espejo
damasquinado
de mis manos.
Al otro lado de la quilla,
puedo verte
lejos del embudo
que refugia el desfile
sedentario
del llavero.
En el lago
transita el calibre
de un vehículo
junto a la ignorancia
que tornea
el tapete
acotado
del balancín.
Son cadenas...
Junto al abanico
araño
los pedales
del poema.
En el dique,
afilo dos lágrimas
con el filtro
amotinado
de la libertad...
Alguien danza
en el comienzo
azabache
del iris.
Tengo tu misiva,
volverás...
(de Fractal, 2016)
Balas
El botón del aserradero
cauteriza las trabillas
en el vértigo
inconsciente
de las balas.
Allí,
las cuerdas de la broca
amotinan la tinaja
en la represión
inocente.
Bajo el bisel,
yacen los pomos
entreabiertos
de mi juventud.
Las pinzas
de nieve
calcinan
barquillos
de amianto
bajo el mentón
de la pizarra,
no estabas tú...
Dos imanes de luz
tejen antorchas
en los erales
de una mortaja.
Sonreían...
El recodo
describe la hipótesis
del tablero,
mientras los jirones
enhebran
puntos de luz.
Ahora
ya solo quedan las paredes
tapizadas
en el útero
de un pasillo
sin almendros.
He roto
el algodón
de la ventana...
No estabas tú...
(de Fractal, 2016)
Luto
El delirio
succiona
el orfanato
hacia
la veleta
subyugada
en la retina.
Balas, balas...
Allí,
el desfile
teje
la demencia
sobre un columpio
engrasado
en los muslos
del collarín..
Balas, balas...
(de Libertad, 2018. Inédito)
Espuelas
El cielo
agita
los pañuelos
despoblados
del caballo.
No baila sola...
La jaula
deshace
la cresta
de mis cirios
con la rúbrica
invidente.
No baila sola...
Jaque mate.
Los huesos
del poema
filman
el lienzo
travestido
de la cruz.
(de Libertad, 2018. Inédito)