Actividades y Tertulias
 
Tertulia de poesí­a del mes junio/julio de 2019- Poemas de MIGUEL ANGEL GOMEZ de Prado del Rey

 


El muro.



La vida consistía más

en saber representar

un papel fingido

dentro de la sociedad.



Explota el mundo

alrededor y detrás

de la pantalla de la

televisión aún hay más:



ora guerras, ora azúcar,

ora asesinos, ora sal.

Dudo de mi persona

y todo me resulta fatal.



Observo a mi alrededor,

pero un muro letal

me separa de mis ansias,

de una vida de verdad.



Podría derribar el muro,

reconstruir el mar

inmenso que es la mente

que quiero conquistar.



Pero, en mi vida

todo sigue igual,

un mañana repetido

y papel que representar.



 



Escarnio leve entre hermanos.





Es mayo

y atardece.

El sol se presenta

en la unión entre

el mar y el horizonte

a eso de las nueve.



Las olas empiezan,

como quien no quiere,

a reflejar a la luna

que se embebe

de los últimos rayos

de luz casi inerte.



Las parejas pasean

y en sus sienes

podemos leer

el agravio leve

de la tarde

que anochece.



Es mayo

y es viernes.

La noche

ahora pretende

hacer un escarnio

y saca los dientes

de su oscuridad

a la tarde que muere.



 



Me duele la sangre.



Me duele la sangre

de tu belleza,

tus manos

enteras,



de tu rostro,

la calavera

de la vida, el

espejo refleja,



cada paso nuestro

es, de arena

un grano,

sobre tu madera.



Siento, sobre

mis piernas,

un rayo de

flaqueza,



un golpe

que suena

a metal contra

piedra.



En este vodevil

absurdo, tú eras

el único conato

de franqueza,



la única

muestra

de realidad,

de fuerza.



En el día

de la siega:

espiga de trigo

sana, cierta.



En el mes

de la fiesta:

mundo, pueblo,

verbena.



En la vida:

una estrella

de pura

transparencia.



El deseo.



Al destino de quien cree

en los milagros, al soñar,

abrí los ojos.



Se desplegaron las cometas

de mi vida, a volar hacia

los hombros del deseo.



El altar  del sacrificio

ocupó la sangre del amor.

Otoño no existía,

mas sí primavera

perpetua -el fértil

valle, sin sombras

y sin lunas-.



Aquí, sólo supe

que no era sueño

-sino deseo-,

la madrugada

que aprisionaba

mi conciencia

hasta la mañana

siguiente.





Un gato sobre el albero.



Un gato gris está gastando

sus zapatos, sobre el albero

de un parque rebosante de niños

de juegos y de sueños.



La tarde es una gaviota inoportuna,

que vuela sobre el fuego,

que es la llama del sol

bajo el horizonte de este cielo.



Aquí agua, allá agua,

pero algo hay enmedio,

acaso una ciudad asomada,

desde este parque,

a la tarde y al océano.



¿Cuál sonrisa?.



El espejo y la ventana

son testigos de un examen.

Todo ocurrió

un día cualquiera.

Puedo deciros

que me di cuenta

de que mi sombra

no para de perseguirme,



de que alguien me escucha

cada noche

antes de dormir,

de que a veces

soy yo quien

vuelve a tropezar

en la misma piedra,

que mis propios poemas

siempre se despegan

de mi gusto de la belleza

tras dos segundos de su factura,

de que alguien dentro de mí

me incordia para odiar

a mi vecino.



Un día cualquiera,

quise ver que mis pasos

son sólo huellas

en la orilla de

este mar que es la vida,

o que yo mismo

jamás seré yo mismo,

sino un algo ajeno

como espejo de la ventana

que es la humanidad.





Nocturno de mayo.



Se acerca la noche,

con su luna, con su soltero

frente a un escritorio,

con sus ojalás.



Baña las torres

de la iglesia,

el bronce de las campanas,

la oscuridad omnipresente.



El leve frío deja suspiros

de hielo en el cristal

claro de la triste ventana

de esa pareja que muere.



¡Ay, cómo yace la noche

sobre la cama azabache,

entorna sus ojos

como niño somnoliento!



Un caballo de viento,

que viene trotando,

relincha sobre las esquinas

y se vuelve hacia la playa,

cansado de no encontrar

ni un jinete en las calles.



Duerme la ciudad,

o quizá bracea

hacia el horizonte,

buscando el oeste

de la mañana.



Ya.



Ya el frío desapareció,

se ocultó en abril,

mientras los pájaros

comenzaban a abarrotar

los hombros de

los árboles.



Ya secundo el hilo

de tu mirada nostálgica,

los ojos con que

me miras

desde un pasado

no tan lejano.



Ya las nubes borran

los colores del cielo,

que no volveremos

a recuperar hasta

esta misma hora

del día de mañana.



Ya sé que el tiempo

es el único tren

que realmente

no volverá a

pasar, la única risa

que es tristeza.





¿Dónde estás, amor?



Ahora, no se trata del tiempo efímero.

Tu ausencia me es tan extraña

como chubascos en el ombligo

de Junio, que arrozales

en una playa atlántica.



Pero aún no, de momento

tu fuerza de noche pretende

alumbrar los cabellos blancos

del trigal, no aparece sino

en el álbum de postales pretéritas.



¿Dónde estás, amor, acaso piensas

que la pasión te va a esperar debajo

del botón de este mismo abrigo?





Ficciones.



Apunto en el debe del viento

de levante y en el haber

de estas tierras de secano,

el diamante que ocultas

en tu pecho, el eco

efímero que escucho

tras tu espalda.



El levante esculpe

el capitel de tu frente

y el hueco que me ofreces

entre tus manos.



La tierra sostiene

las columnas de

tus piernas y la cúpula

barroca de tu sonrisa.



Todo comenzó hará

unos pocos años.



Aún descubro, cada noche,

la luna que baña

el diamante que ocultas

en tu pecho.



Aquí y ahora.



¿Y si cerramos

la boca de tristeza,

que expande su alfombra

por la piel del tiempo?



¿Y si sacamos

a la calle los trastos

inservibles que ocultan

nuestro mármol inminente?



¿Y si encontramos

nuestra infancia

en el jardín de

flor marchita

de la formalidad?



¿Y si sacamos brillo

a la sonrisa

que apuñala el pecho

fraudulento del tiempo?



¿Cuál sonrisa?.



El espejo y la ventana

son testigos de un examen.

Todo ocurrió

un día cualquiera.

Puedo deciros

que me di cuenta

de que mi sombra

no para de perseguirme,



de que alguien me escucha

cada noche

antes de dormir,

de que a veces

soy yo quien

vuelve a tropezar

en la misma piedra,

que mis propios poemas

siempre se despegan

de mi gusto de la belleza

tras dos segundos de su factura,

de que alguien dentro de mí

me incordia para odiar

a mi vecino.



Un día cualquiera,

quise ver que mis pasos

son sólo huellas

en la orilla de

este mar que es la vida,

o que yo mismo

jamás seré yo mismo,

sino un algo ajeno

como espejo de la ventana

que es la humanidad.



Boceto de un homicidio.





Un amor se marchita,

albergar las cenizas

en un cenicero

como quien consume

entre los dedos

un cigarro sincero.



Un río que fluye

por mi estómago,

arrastrándome a su

paso, arrasando

con mi esencia

que creía eterna.



Un amor se destruye

entre los dedos

de alguien que amó,

que tuvo entero para sí

el todo de un amante,

su fuerza más grande.



La sinceridad es acto

de ingenuos, de vencidos,

es regalar las llaves

de tu casa a un extraño.

Aún ninguna merece

que me entregue.



No conozco al amor,

sólo escuché mentiras

de este fantasma

que se incrusta en tu

vida como un aguacero

que destruye tus sueños.



Chacarera del gaucho.



A mí me llaman el gaucho,

mi caballo y mi guitarra,

me acompañan día y noche,

a lo largo de la pampa.



El silencio de mi tierra,

la potencia de sus vientos,

la libertad de mi vida,

ante los malos gobiernos.



Los versos improvisados

que mi hermano me recita

me sirven como refresco

ante el fuego de los días.



Si el gaucho deja esta vida,

si el indio no le acompaña,

porque el hombre los expulsa

morirá la madre pampa.



Mi pueblo viene cantando

a la rosa y a los cueros,

por los llanos pampeanos

sin más riqueza que el cielo.



Cuando el gaucho no relinche,

cuando la mañana sea

una ilusión sin acordes

morirá la chacarera.



Nada.



Es el día, la moneda falsa

que circula de la mano

de la moneda cierta

que es la noche.



Igual que el hombre

se convierte en nada,

cuando su lenguaje

-verdad única en su

esconderse, de veras,

tras su vida imaginaria-

destapa las mentiras,

que se sujetaban

tras la cortina cotidiana.



Todo es nada,

para el hombre,

pero el tiempo

es como el hilo

que sostiene

su efímera existencia.



Nada es capaz

de reflejar,

como un espejo

frente a otro espejo,

mejor que el lenguaje,

la nada del hombre.



Excepto el amor

que siente hacia

sí mismo.



Una gris mañana fría



Una gris mañana fría, de verano,

el cielo lloraba, como gotas leves,

de las nubes, de un inútil llanto.

Era junio y ya estaba seca la fuente.



Viniste, entonces, hacia mí,

como un fantasma agorero,

eras un mortífero fusil

que lanzaba proyectiles de recuerdo.



En mi ermitaña habitación,

la salada puñalada de tus dedos

escudriñaba, del amarillo del sol,

de los matojos, de mis sentimientos.



Alguna vez, yo sé que tu llanto,

fue mi llanto, que el oscuro otoño,

en aquel pasado, fue un epílogo esperado,

que estuviste un tiempo clavada entre mis ojos.



Ya estaba seca la fuente de allá,

donde bebíamos en aquellos años,

amarilla, el alma del matorral,

pero llegaste una mañana de verano.


 



 
 
 
 
 

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