El muro.
La vida consistía más
en saber representar
un papel fingido
dentro de la sociedad.
Explota el mundo
alrededor y detrás
de la pantalla de la
televisión aún hay más:
ora guerras, ora azúcar,
ora asesinos, ora sal.
Dudo de mi persona
y todo me resulta fatal.
Observo a mi alrededor,
pero un muro letal
me separa de mis ansias,
de una vida de verdad.
Podría derribar el muro,
reconstruir el mar
inmenso que es la mente
que quiero conquistar.
Pero, en mi vida
todo sigue igual,
un mañana repetido
y papel que representar.
Escarnio leve entre hermanos.
Es mayo
y atardece.
El sol se presenta
en la unión entre
el mar y el horizonte
a eso de las nueve.
Las olas empiezan,
como quien no quiere,
a reflejar a la luna
que se embebe
de los últimos rayos
de luz casi inerte.
Las parejas pasean
y en sus sienes
podemos leer
el agravio leve
de la tarde
que anochece.
Es mayo
y es viernes.
La noche
ahora pretende
hacer un escarnio
y saca los dientes
de su oscuridad
a la tarde que muere.
Me duele la sangre.
Me duele la sangre
de tu belleza,
tus manos
enteras,
de tu rostro,
la calavera
de la vida, el
espejo refleja,
cada paso nuestro
es, de arena
un grano,
sobre tu madera.
Siento, sobre
mis piernas,
un rayo de
flaqueza,
un golpe
que suena
a metal contra
piedra.
En este vodevil
absurdo, tú eras
el único conato
de franqueza,
la única
muestra
de realidad,
de fuerza.
En el día
de la siega:
espiga de trigo
sana, cierta.
En el mes
de la fiesta:
mundo, pueblo,
verbena.
En la vida:
una estrella
de pura
transparencia.
El deseo.
Al destino de quien cree
en los milagros, al soñar,
abrí los ojos.
Se desplegaron las cometas
de mi vida, a volar hacia
los hombros del deseo.
El altar del sacrificio
ocupó la sangre del amor.
Otoño no existía,
mas sí primavera
perpetua -el fértil
valle, sin sombras
y sin lunas-.
Aquí, sólo supe
que no era sueño
-sino deseo-,
la madrugada
que aprisionaba
mi conciencia
hasta la mañana
siguiente.
Un gato sobre el albero.
Un gato gris está gastando
sus zapatos, sobre el albero
de un parque rebosante de niños
de juegos y de sueños.
La tarde es una gaviota inoportuna,
que vuela sobre el fuego,
que es la llama del sol
bajo el horizonte de este cielo.
Aquí agua, allá agua,
pero algo hay enmedio,
acaso una ciudad asomada,
desde este parque,
a la tarde y al océano.
¿Cuál sonrisa?.
El espejo y la ventana
son testigos de un examen.
Todo ocurrió
un día cualquiera.
Puedo deciros
que me di cuenta
de que mi sombra
no para de perseguirme,
de que alguien me escucha
cada noche
antes de dormir,
de que a veces
soy yo quien
vuelve a tropezar
en la misma piedra,
que mis propios poemas
siempre se despegan
de mi gusto de la belleza
tras dos segundos de su factura,
de que alguien dentro de mí
me incordia para odiar
a mi vecino.
Un día cualquiera,
quise ver que mis pasos
son sólo huellas
en la orilla de
este mar que es la vida,
o que yo mismo
jamás seré yo mismo,
sino un algo ajeno
como espejo de la ventana
que es la humanidad.
Nocturno de mayo.
Se acerca la noche,
con su luna, con su soltero
frente a un escritorio,
con sus ojalás.
Baña las torres
de la iglesia,
el bronce de las campanas,
la oscuridad omnipresente.
El leve frío deja suspiros
de hielo en el cristal
claro de la triste ventana
de esa pareja que muere.
¡Ay, cómo yace la noche
sobre la cama azabache,
entorna sus ojos
como niño somnoliento!
Un caballo de viento,
que viene trotando,
relincha sobre las esquinas
y se vuelve hacia la playa,
cansado de no encontrar
ni un jinete en las calles.
Duerme la ciudad,
o quizá bracea
hacia el horizonte,
buscando el oeste
de la mañana.
Ya.
Ya el frío desapareció,
se ocultó en abril,
mientras los pájaros
comenzaban a abarrotar
los hombros de
los árboles.
Ya secundo el hilo
de tu mirada nostálgica,
los ojos con que
me miras
desde un pasado
no tan lejano.
Ya las nubes borran
los colores del cielo,
que no volveremos
a recuperar hasta
esta misma hora
del día de mañana.
Ya sé que el tiempo
es el único tren
que realmente
no volverá a
pasar, la única risa
que es tristeza.
¿Dónde estás, amor?
Ahora, no se trata del tiempo efímero.
Tu ausencia me es tan extraña
como chubascos en el ombligo
de Junio, que arrozales
en una playa atlántica.
Pero aún no, de momento
tu fuerza de noche pretende
alumbrar los cabellos blancos
del trigal, no aparece sino
en el álbum de postales pretéritas.
¿Dónde estás, amor, acaso piensas
que la pasión te va a esperar debajo
del botón de este mismo abrigo?
Ficciones.
Apunto en el debe del viento
de levante y en el haber
de estas tierras de secano,
el diamante que ocultas
en tu pecho, el eco
efímero que escucho
tras tu espalda.
El levante esculpe
el capitel de tu frente
y el hueco que me ofreces
entre tus manos.
La tierra sostiene
las columnas de
tus piernas y la cúpula
barroca de tu sonrisa.
Todo comenzó hará
unos pocos años.
Aún descubro, cada noche,
la luna que baña
el diamante que ocultas
en tu pecho.
Aquí y ahora.
¿Y si cerramos
la boca de tristeza,
que expande su alfombra
por la piel del tiempo?
¿Y si sacamos
a la calle los trastos
inservibles que ocultan
nuestro mármol inminente?
¿Y si encontramos
nuestra infancia
en el jardín de
flor marchita
de la formalidad?
¿Y si sacamos brillo
a la sonrisa
que apuñala el pecho
fraudulento del tiempo?
¿Cuál sonrisa?.
El espejo y la ventana
son testigos de un examen.
Todo ocurrió
un día cualquiera.
Puedo deciros
que me di cuenta
de que mi sombra
no para de perseguirme,
de que alguien me escucha
cada noche
antes de dormir,
de que a veces
soy yo quien
vuelve a tropezar
en la misma piedra,
que mis propios poemas
siempre se despegan
de mi gusto de la belleza
tras dos segundos de su factura,
de que alguien dentro de mí
me incordia para odiar
a mi vecino.
Un día cualquiera,
quise ver que mis pasos
son sólo huellas
en la orilla de
este mar que es la vida,
o que yo mismo
jamás seré yo mismo,
sino un algo ajeno
como espejo de la ventana
que es la humanidad.
Boceto de un homicidio.
Un amor se marchita,
albergar las cenizas
en un cenicero
como quien consume
entre los dedos
un cigarro sincero.
Un río que fluye
por mi estómago,
arrastrándome a su
paso, arrasando
con mi esencia
que creía eterna.
Un amor se destruye
entre los dedos
de alguien que amó,
que tuvo entero para sí
el todo de un amante,
su fuerza más grande.
La sinceridad es acto
de ingenuos, de vencidos,
es regalar las llaves
de tu casa a un extraño.
Aún ninguna merece
que me entregue.
No conozco al amor,
sólo escuché mentiras
de este fantasma
que se incrusta en tu
vida como un aguacero
que destruye tus sueños.
Chacarera del gaucho.
A mí me llaman el gaucho,
mi caballo y mi guitarra,
me acompañan día y noche,
a lo largo de la pampa.
El silencio de mi tierra,
la potencia de sus vientos,
la libertad de mi vida,
ante los malos gobiernos.
Los versos improvisados
que mi hermano me recita
me sirven como refresco
ante el fuego de los días.
Si el gaucho deja esta vida,
si el indio no le acompaña,
porque el hombre los expulsa
morirá la madre pampa.
Mi pueblo viene cantando
a la rosa y a los cueros,
por los llanos pampeanos
sin más riqueza que el cielo.
Cuando el gaucho no relinche,
cuando la mañana sea
una ilusión sin acordes
morirá la chacarera.
Nada.
Es el día, la moneda falsa
que circula de la mano
de la moneda cierta
que es la noche.
Igual que el hombre
se convierte en nada,
cuando su lenguaje
-verdad única en su
esconderse, de veras,
tras su vida imaginaria-
destapa las mentiras,
que se sujetaban
tras la cortina cotidiana.
Todo es nada,
para el hombre,
pero el tiempo
es como el hilo
que sostiene
su efímera existencia.
Nada es capaz
de reflejar,
como un espejo
frente a otro espejo,
mejor que el lenguaje,
la nada del hombre.
Excepto el amor
que siente hacia
sí mismo.
Una gris mañana fría
Una gris mañana fría, de verano,
el cielo lloraba, como gotas leves,
de las nubes, de un inútil llanto.
Era junio y ya estaba seca la fuente.
Viniste, entonces, hacia mí,
como un fantasma agorero,
eras un mortífero fusil
que lanzaba proyectiles de recuerdo.
En mi ermitaña habitación,
la salada puñalada de tus dedos
escudriñaba, del amarillo del sol,
de los matojos, de mis sentimientos.
Alguna vez, yo sé que tu llanto,
fue mi llanto, que el oscuro otoño,
en aquel pasado, fue un epílogo esperado,
que estuviste un tiempo clavada entre mis ojos.
Ya estaba seca la fuente de allá,
donde bebíamos en aquellos años,
amarilla, el alma del matorral,
pero llegaste una mañana de verano.