LAS VIUDAS
Tomás del Charco
07-XII-2014
Quiero contarles, estimados amigos, una historia que contaba mi abuelo, cuando estaba de buenas; y que vino a escucharla en Ronda, donde hizo parte del Servicio Militar, allá por el año 1.903.
Decía mi abuelo, que un día, coincidió en una taberna, con un romancero cargado de historias y que, entre otras, recitó esta, que probablemente tuvo lugar, en poco más de dos años, entre 1.484 y 1.486, en la histórica ciudad de Ronda, donde la desgracia y la miseria, dormian al lado de la fortuna.
En una de las calles perisfóricas del casco antiguo, cerca del palacio, hoy denominado "Mondragón", en una casa de porte señorial, vivía casi recluido, el descendiente de un hidalgo, cuya fortuna, por varias razones, tenía los días contados.
El hombre, que se llamaba Ramiro, no era afortunado y su existencia iba de mal en peor, por lo que decían sus vecinos, que angustiado, enfermó. Su mujer, Leonor, además de guapa, era muy joven y tenían una hija, que ya con once años, también era muy bella. Habían tenido que desperdir a los criados y estaban pasando calamidades.
Por esa razón, empeñaban un ropero y para verlo, vino Rayan "El Persa"; un comerciante que vivía en la arteria principal, cerca del Tajo, en una casa amplia, en cuyo bajo, tenía la tienda. El vecino, se había enriquecido en la ciudad; pues en la casa, llevaba a cabo tanto los empeños, como los préstamos. Reconoció el magnífico mueble de ciprés y tallado, que además estaba prácticamente nuevo.
El tendero también aprovechó, con disimulo, para ojear a Leonor y se fijó en la niña, lo cual, no le pasó desapercibido a Ramiro, que se alegró pensando, que eso venía a favorecer su situación. Sólo dos días después, se presentó el mercader en la casa, con cuatro peones, para llevarse el lujoso ropero y de paso, ver a la niña, de la que quedó prendado. Y la vió, y le preguntó su nombre. La cria sonrojada, dijo que Marta, mientras él, echaba mano a la bolsa para saldar el empeño.
"El Persa", era casado y tenía dos esposas. Una era libanesa y la otra; que procedía de Tunicia, le había dado dos hijos varones y una hembra; esta casi de la edad de Marta. El menor de los hermanos, ayudaba en la tienda, y el mayor, estaba en el ejercito.
Ramiro y "El Persa", se habían visto, a saber dónde y se habían confesado. El primero cómo empeoraba por momentos; el segundo, que se había encaprichado de Marta. Asi es que el hidalgo, dijo que cuando falleciera, también tendría que encargarse de la digna existencia de Leonor.
Apenas una semana después, Rayan envió un criado a casa de Ramiro, para pedirle ser recibido y negociar un asunto importante. La respuesta positiva fue inmediata y el infiel, aquella misma noche, se presentó engalanado para pedir la mano de Marta. Leonor, que aún no tenía conciencia, de la enfermedad de su marido, estuvo reticente, sobre todo, por la corta edad de "la novia".
Llegados al acuerdo, quedaba la negociación de la boda; pero ni siquiera el noble, contaba con la gravedad de su mal que, en pocos días llegó al límite y falleció. Eso, relentizó el proceso, del que a última hora, Ramiro informá a su mujer.
El luto suprimió la boda; pero "El Persa" no dejaba de presionar, a fin de que se realizara su derecho. Leonor habló claro a su hija y esta, amagó la cabeza con sumisión. Después, fue al comercio para hablar con Rayan, al que rogó, por todo lo conocido, que esperase a que su hija terminase el desarrollo. Y como todo fue inútil, Leonor pidió a su yerno, que la dejara al servicio de Marta. El hombre concedió esa gracia, a cambio de que, el traslado se hiciera cuanto antes. Y Leonor dijo entonces, que aquella misma noche, ya estarían ahí, en su casa, si...,consevaba la casa de su difunto esposo, hasta una posterior determinación y no había traslado.
Aquella tarde, en el oratorio de la estancia, Leonor rezó y pensó largamente hasta decidir que, para proteger a su niña, ella se sacrificaría. Que así, no sería pecado yacer con el infiel, sino que atesoraría clemencia para la vida eterna. Así que, al ponerse el sol, vistió a su hija de gala y tras cubrirla con una capa negra, se dirigieron al palacete del comerciante persa.
Habían improvisado un banquete familiar, en el que solo faltaba, el hijo mayor de Rayan, y aunque las esposas no estaban conformes, se resignaron y portaron con normalidad. Después quedaba lo más importante: la toma real de la novia.
A la desposada, la desvestiría su sirvienta, es decir su madre; y se metería entre la ropa del tálamo. Entonces la sirvienta abriría la puerta, para que pasase el novio que, se desnudaría tras una especie de biombo y diría a la criada, que se retirase, cuando ya estuviera preparado. Luego, en la oscuridad y entre palabras de amor, se metería en la cama con su amada.
Leonor, cuyo cuerpo apenas se diferenciaba del de su hija, tuvo que ser muy hábil para, meterse entre las sábanas de la gran yacija, antes que Rayan. La novedad, le permitiría improvisar, a sabiendas de que Marta, permanecería bajo el lecho, el tiempo de acomodarse y después, se metería por "el laillo", en tanto, su madre la sustituia, en sus funciones de nueva esposa.
La primera noche fue impulsiva; pero la segunda vino a ser la recompensa; pues Leonor, olvidó su pena y el peso de sus miserias, así como que su hija, estaba allí, al filo del mismo tálamo. Y como Rayan se entregara con pasión, ella lo recibió con ansiedad, de modo, que se achuchó cuánto pudo, para sucumbir a la cuspide de la voluptuosidad.
En un principio, Marta vio bien que su madre, le evitara las envestidas de aquel toro. Pero pronto, mientras su marido fornicaba con su made, a su lado, ella empezó a llevarse la mano a la entrepierna, y más tarde, a hundirla entre las ninfas y a sentir.... Y así se fue cargando de deseo, como un cañón.
No hacía ni dos meses, que Leonor era viuda, cuando una noche, a la hora de acostarse, se sintió indispuesta y fue al evacuatorio. Y mientras las náuseas le ponía en alerta de embarazo, Marta, como un brasa, rodeó con sus brazos a su esposo. El, no tenía duda de quien era quien, y mirándolo bien, si el esfuerzo de su suegra era excelente, la encendida pasión, con que lo devoraba, su joven esposa, era magnífica; tanto..., que a la hora de que la vital escarcha, ferlilizase la tierra, también se presentó la niebla que camufla a la parca y en forma de infarto, cerró otro capítulo de la vida. Cuando Leonor entró en la habitación, todo estaba cambiado.
-¡Mamá, enciende la luz. Algo pasa.- Pidió Marta.
-¡Sssss...! ¡Calla! ¿O es que quieres que nos descubran...?
-Ya no hay nada que ocultar- Dijo Marta en voz baja.
Y como al callar, el silencio seccionara la noche, Leonor se apresuró para encender una lamparilla. Ni siquiera tuvo tiempo de rerpochar a su hija....Se horrorizó cuando vió inmovil al persa, boca arriba, con sangre entre.... Con los ojos desorbitados y la boca abierta. Dijo a su hija, que se vistiera, mientras ella, salió corriendo para llamar a las otras esposas, que lloraron amargamente, cuando entendieron que Rayan estaba muerto.
Procedieron al duelo, al entierro y días después, tras partir los haberes, Leonor y su hija, recibieron una suculenta cantidad de dinero que, les libró de la miseria. Reclamaron el ropero y cuatro mozos, lo llevaron a su casa.
Mientras el vientre de Leonor crecía, Marta ardía en deseo de salir, de encontrar un mozo, o alguien con quier apagar su ansiedad. En ese tiempo, los cristianos se hicieron con la ciudad, mientras sobrevino el parto. Y eso, fue lo que hizo, que los militares respetaran tanto la casa, como a las moradoras; pues llegó otra niña, a la que pusieron Cristina.
Los nuevos jefes, se volcaron en protegerlas y auxiliarlas, en tanto, mientras la niña crecía, Marta se enamoró perdidamente de un capitán de caballería. El hombre, apuesto y joven correspondió, y sin tardar mucho, tuvieron que casarse.
Y como el amor, cuando pasa, llama a muchas puertas, tocó el corazón de Leonor que, le dió "el sí" a otro militar, apropiado para ella y para Cristina, a la que enseñó a caminar.
Las otras viudas de "El Persa", se doblegaron a las ordenanzas y pudieron vivir en paz; aunque el lujo, huyó para incorporarse al ejercito de los suyos; y la zagala, que pasó por ser esclava, la rescataron Leonor y Marta para que les sirviera. |