CUENTO DE INVIERNO
Tomás del Charco
13-XII-2014

A mediados del siglo XV, vivió en el Reino de Jaén una mujer que, rompió todos los moldes hasta entonces existentes; pues fue bailarina, prostituta de alto rango y a la vez una estudiaosa investigadora de mundo exotérico.
Su relacción, con un poderoso oportunista castellano de medio pelo que, la pretendió como concubina, supuso tan alto riesgo que, hizo examen de su vida y sus inquietudes, y determinó vivir en libertad y sin compromisos. Para ello, de la noche a la mañana, se encaminó hacia Malaga en compañia de otro mestizo caido a la pobreza.
Llegó a la ciudad costera, en estado deplorable y no pudo "levantar cabeza"; pues en la época, una mjujer sola, no tenía nada que hacer, salvo de criada o como ramera. Sin embargo, entre quienes la conocían, que siempre estaban entre los lobres y vagabundos era considerada y querida, como una sabia para unos, una bruja para otros y también santa y demonio.
No siempre tenía qué comer; pues su oficio de adivina, se valía de la caridad. Era misteriosa y a la vez una libertina; ya que ningún hombre que la pretendiera con arte y algo de amor, se fue de vacío; si bien nunca repetía.
Un día, había un hombre rondándola, que llevaba el turbante sobre las cejas, como si quisiera pasar inadvertido.
-¿Qué necesitais?- Preguntó ella rompiendo la distancia.
-Que me digais qué debo hacer.- Dijo él.
-Esta bien. Pasad a la choza.- Pidió ella que entró después. El se sentó en el suelo y ella le entregó las tres monedas que, debía echar sobre el tablero de taracea que, representaba la rosa de los vientos.
El hombre soltó las monedas y ella, horrorizada, se tapó los ojos. La combinación de las stres scruces, ya era fatal y las posiciones de las piezas sobre el tablero, el infortunio mismo.
-Decidme qué ocurre.- Pidió el desconocido, algo preocupado.
-Las monedas no me dicen qué debeis hacer.- Contestó ella. -Dicen que habrá una luna de sangre en el reino; pero antes.... Pronto sí; todo el que no disponga de un techo, tendrá que hacer frente al frío de la muerte.
-Si yo tengo casa ¿que relacción tiene eso conmigo?- Preguntó.
-Debeis saber, señor, que lo sabeis. Que Alá os pondrá a prueba y debeis proteger a los desamparados, sin olvidar que correis peligro y debeis protegeros.- Dijo la adivina.
-Si eso es así, dejad esta choza y venid a casa....- Dijo él.
-No puedo. Debo sentir lo que esa gente, a fin de guiarlas y decirles qué deben hacer.- Afirmó ella.
En poco, llegó crudo el invierno, gélido y frío, hasta el punto que había quien deseaba, que le recogiera la muerte.
Cuando nevaba, se recobraba el aliento; porque helaba a diario, sin que el día hiciera mella al hielo. El helor era enorme; se congelaban los pies descalzos y se paralizaban los dedos de las manos a poco que quedasen sin protección.
Los sin techo, se personaron en la Alcazaba, a fin de pedir que le dejaran entrar, por las noches, en cuadras y pajares; pero de nada sirvió; ni tampoco les permitieron cobijarse en la fortaleza.... Ni tenían herramientas para excabar una cueva. Se tuvieron que mantener a base de ejercicios, entre enormes temblores, rechinar de dientes, dolores agudos en las extremidades y las narraciones más exageradas e impresionantes, en torno al fuego que, no calentaba. Todo ello para no rendirse al sueño y morir helados.
Ya casi llevaban una semana sin dormir, cuando el viento vino, acentuando aquel frío infernal lque, cortaba la piel, mientras el vaho, se solidificaba bajo las narices.
Después de buscar y buscar un espacio que sirviera de esponta, los desvalidos decidieron situarse, entre el muro del palacio y el acantilado. Se apretaron entre ellos y sólo consiguieron reventarse los sabañones y agrietar más los pies; por fortuna, llegó una leve mejoría, así que el fuego y el sol, empezaron a mitigar la gelidez del norte que, entre silverios costantes se derrumbó la choza.
Ante tanta desgracia, "la adivina" volvió a ir a la puerta de la Alcazaba y pidió permiso para hacer la choza contra la muralla, aprovechando la esquina de una torre. El frío que pasaban quienes atendian el palacio, les hizo que no era humano, no auxilliar a los indigentes. Pero esta vez, en cierto modol, se les atendió, aunque con todo mojado y helado no se podía hacer gran cosa. así que continuaron en torno al fuego al pie de la muralla, en la parte vaja de la fortaleza palaciega, agitandose.
Transcurría la treceaba noche de gelidez, cuando "la adivina" dijo que les iba a contar el mejor cuento que habían oido desde que empezara el invierno. Pero, que para que fuese más bonito, mientras seguían sin cesar de moverse, tenían que cerrar los ojos y dejarse..., arrastrar por las sensaciones, como si fuérais los protagonistas. Todos losiindigentes, estuvieron de acuerdo en aceptar las condiciones, para que la adivina contara su cuento. Y ella, empezó de este modo:
Erase una vez, en los confenes de la tierra, que unos pobres desgraciados, llegaron al país de las maravillas. Y se sintieron muy alagados, porque los recibieron con amor, en el jardín más hermoso que podais imaginar. "Imaginadlo. Eso es". Un importante grupo de seres alados y resplandecientes, tocaban con armonía sus instrumentos de cuerda; otro grupo más reducido, danzaban, y una legión de bellísimas vírgenes, como Alá les concedió la vida, salieron de la nada para abrazarlos. "¿No notais el calor de sus cuerpos?...¿Y cómo, en vuestro vientre sube, el calor que da paso al deseo de poseerlas?"
-Sí, adivina, es verdad; pero ella no merecen a seres tan sucios como nosotros.- Dijo, de los mendigantes, el curioso.
-Es cierto; pero todo será, como ha de ser.- Contestó la adivinadora.
Y continuó...¿No veis, al fondo de ese paseo las fuentes de las que brota, el agua, cristalina y algo humeante...? Pues allí los llevarán para que se laven y gocen del agua caliente; y cuando salieron del cálido abrazo del agua, los esperaban otras vírgenes, de larguísimas y aúricas cabelleras, con las que los secaron. Después, los perfumaron "¿No os llega el dulce olor?" Y acto seguido, en un fantástico recinto, los vistieron con ricas y vistorsas ropas; antes de, pasar a otro recinto, aún más acogedor, "¿Acaso no notais su calidez y el aroma de los manjares que ocupan la mesa?" Sí, es cierto. Los vagabundos, estaban siendo agasajados con lo mejor de lo mejor; pero sobre todo, lo más valioso era el calor que, los iba haciendo no necesitar vestido alguno. "¿No lo notais...?" Y la calurosa desnudez de las vírgenes, cuya belleza y hermosura, sobrepasaba..., todo lo conocido....
Se hizo el silencio y como la adivina no seguía, otra mendiga abrió los ojos, diciendo enseguida, que la sabía narradora había desaparecido. Pero algo..., había sucedido que era magnífico; no sabían si era un milagro, notaban todos que habían perdido la sensación de frío.
El más mayor de los desvalidos, fue a la puerta de la Alcazaba, a preguntar, si habían visto a la adivina; mientras un rayo de luz se perdió por el mar, dejando atrás un neblinoso fulgor.
Nadie supo después, nada de la sabia mendiga; pero si hubo, quien creyó, que se fue sobre su escoba de luz, tras conseguir llevarse, por muchos años, el frío de los inviernos.

Tomás del Charco

A LO QUE FUÉ

La sangre de una rosa
se ha vertido
sobre el altar sin mancha del sueño que creamos. Bocas recitando
cantos aprendidos, plegarias monótonas, ruinas atascadas
en el polvo de los siglos, el cáliz recogiendo
la vida derramada,
mi ofrenda
a las horas huidas, escapadas, dos voces malgastadas,
cera desleída entre las manos.
Y comemos su carne
y bebemos su sangre
tu recuerdo y yo.
La tarde
vira hacia el poniente.
Nubes de leche rosa
sobre un cielo
de un azul masculino, inmaduro, nos contemplan.
¡Pobre luz encogida,
ya no sabe que hacer
para no irse,
asida a mi ventana
con sus dedos sin forma, amarillos, de encaje.!

Julia Jiménez Caraballo

AHORA EL PARQUE

Ahora el parque cambiaba de estrategia,
y cerraba las puertas
a lo que no era suyo.
La rosaleda entera despedía olor a un mundo nuevo, diferente.
Los aromas volaban
junto con los murciélagos
y formaban un todo
único, indivisible.
Se moría la luz en su aposento, agotada, vencida, por tardes repetidas. El tiempo, compañero
de todas mis salidas,
me regaló un momento
de perfecta armonía.
Se detuvo la boca de la fuente y se sumió en un sueño húmedo, acariciante,
sobre el lecho esponjoso
de hojas verdes
que bajaron la voz
para no despertarle.

Julia Jiménez Caraballo

"El Triunfo de la Muerte"

El rojizo cielo se torna en negro muerte:
aves oscuras revolotean acechantes,
mientras la parca victoriosa hace tañer
sus campanas prendidas del árbol del ahorcado.
Los perros devoran a mujeres y niños,
y los hombres luchan sin triunfo
contra los huesos pútridos y descarnados
de la muerte...
El carro portador de olvido
es el osario ambulante,
sus famélicos y atónitos jamelgos
pasean por encima del cadáver de la batalla,
y la muerte, enardecida y ostentosa,
cuelga ensangrentada del pendón de la gloria.

(Al "Triunfo de la Muerte", pintura
del pintor de Breda, muerto en Bruselas,
Pieter Brueghel, llamado, "El Viejo")

21-5-96, Madrid.

Valentín García Alonso

"De un Cielo a Otro"

Oh amado cielo,
recojo el llanto de tu lluvia
y lloro a cántaros y a escondidas,
a desembocar mi melancólica
palabra en otras aguas.
Oh justiciero Sol y tú mística Luna,
que desde allí supisteis
de mis aciagas desdichas.
Buscaré ya en otro cielo
tras el oscuro cristal
(cielo particular de mis gafas)
la soledad que tanto anhelo
y la brisa tibia del mar,
que curta y envejezca, al tiempo,
noblemente mi cara.

10-8-96, Madrid.

Valentín García Alonso