14 de agosto de 2015

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Las Tertulias del: 25 de junio de 2015, 30 de julio y 27 de agosto

 

MILENARIO REINO TAIFA DE RONDA


Relatos Árabes “Las noches del Milenario”

Autor de los relatos:
TOMAS DEL CHARCO, de Fuengirola

Ilustraciones de:
SUSANA HEREDIA

 

 

 


Mes de enero

EL TESORO
Tomás del Charco
06-XI-2014

Hasta hace unos días, siempre había pensado en que, las historias de tesoros, eran el fruto de la más variopinta fantasía. Eran algo que me llamaba la atención, por la magia que despertaba, por el halo de misterio y romanticismo que, las acercaban a las leyendas; y sin pensar en que ahora, la fugaz estrella de un sueño, me borró todas las ideas y conceptos; de modo que me asalta la duda, de si este momento es real. Aquí..., ahora....De si estamos todos, o los pasos pendientes, han de llevarnos a otra latitud. Y podríamos seguir preguntándonos....
Y preguntándome; preguntándoles..., a los ángeles de alguna noche.... A la "estrella de la noche negra".... Perdí el control de la realidad. Probablemente, quedé dormido en profundidad y sin el peso del cuerpo, viajé al infinito mundo de los sueños.
En ese cosmos aparentemente imaginario, la velocidad no existe; pero todo pasa de forma fugaz y sin tiempo. El frío es como una afiladísima cuchilla seccionando sexos; y el calor es la propia axficia, un gigantesco laboratorio liberando gases, mientras las materias fermentan, se descomponen y se transforman en pos, de una evolución global, tal vez inevitable.
En esa vastedad indefiniable, quizá globosa, salpicada de relieves con formas geométricas, con una luz prestada, escuché un ruido que, pareciéndome amenazador, se transformaba, hasta el punto de parecer una voz...."¡Anda..., si es otra luna!"- Pensé apenas; pues el colmo de la velocidad segó la vista. Ya sé que aquello, solo podía ser un símbolo; pero no parecía tener conexión, como tampoco que el espacio, vagara como un planeta siniestro, alumbrado por una lamparilla afarolada.
Me sentí con poder y soplé. La llama se extinguió y la blanca "fumata", conformó la imagen de un sueño.
-¡¡No...! Esto no puede ser...! Ya ha sido narrado- Casi grité. Pero la historia se repetía. Y ví cómo, con disimulo, otra personificación afín, pedía sus deseos; mientras el genio enojado, me decía que no tenía todo el día.
Caí entonces, en qué confusión estaba atrapado. Sentí enfado colérico y casi al tiempo, el gozo de dormir plácidamente, con la particularidad, de que soñaba que tenía un sueño.
Quise saber y prestando atención, llegué a un extraño espacio, un paisaje de coloridas tierras desnudas, sin árboles, donde dos hombres abrían un hoyo en el suelo.
No pude frenar las carcajadas, cuando advertí que, uno de los hombres, era yo mismo.
"¡Estúpido...!"- Pensé; pero los hombres, sin inmutarse siguieron cavando y sacando tierra, en busca el tesoro.
Confieso, que mi propia actitud me decepcionó; pero mi animo cambió cuando, despojado de mis particulares proyecciones, me encontré solo. El paisaje, aunque semidesértico, estaba poblado de matorral y unos arbustillos, que parecían clones de alguna nueva creación.
Andaba por el pie del ribazo y de pronto, una misteriosa fuerza me empujó. Apenas si caí al suelo; pero al apoyar la mano, toqué algo inesperado y tan conocido, como un puño. Me agaché para verlo, lo cogí y tiré para sacar la faca, que apuñalaba a la tierra.
De manera maquinal, sin saber porqué, empecé a remover la arenosa tierra y en poco sin soltar el hallazgo, con su extremo, toqué algo anormal y sin pensar, empecé a descubrir otras armas. No era ese el tesoro que yo quería; pero inquieto, por el misterio que me sugería, desenterré el probable equipo de algún guerrero musulmán.
Me sorprendió una tempestad y tuve que echarme al suelo entre el matorral, para protegerme de la arena. No puedo precisar si me quedé dormido, o perdí el conocimiento por alguna causa ajena a mi voluntad. Fuera del modo que fuere, en cierto modo, me sentía feliz; pues contaba con capacidades sorprendentes, mientras recordaba mi suerte, tal vez atrapado en otra dimensión.
Y emergió otra distorsionalidad, donde el sonido envolvía y se suavizaba conforme me adentraba, hasta que, desde el silencio, empecé a recibir mensajes en forma de visiones. Al principio, como que no pensé, en que el destinatario era yo. Pero cuando las historias se repiten, algo cae a la centrifugadora del pensamiento.
Había visto, en un barranco lleno de zarzas y maleza, una especie de persecución; y como permaneciera indiferente, como un vaporoso rayo ascendía, hasta que llegué a ver, lo que parecía un animal acosado. En realidad, conforme me iba acercando, comprendí que otra vez, era una imagen mía. Todo acabó como una pesadilla que, me machacaba desde el pavor.
En otra visión, la imagen marcaba la vida común y había un malaje que, iba sembrando maldad. En otro espacio próximo, veía la escuela y el viejo profesor que, explicaba la aplicación de las armas antiguas, haciendo una demostración práctica, en el tiempo del recreo.
A otro día, la demostración parecía real y diestra, empleando armas antiguas -"Ay Dios- Me atrevía a pensar- ya he visto esas armas antes"- Me soñé y me vi a mi mismo practicando con cada una de ellas.
Y me sorprendió, ver las mismas armas dos veces, más me desconcertó cuando las encontré semiescondidas en el pajar; cuando las fui congiendo para moverme con ellas en las manos.
Me entró gana de limpiarlas y afilarlas, como si lo hubiera hecho siempre; pero opté por dejarlas como estaban. Miré el techo del que colgaban, envueltas en polvo, un peto y el yermo viejo y oxidado. Cada novedad, sueño, visión o hecho aportaba una nueva complejidad que, venía a culminar en una situación más.
¡Qué lejos estaba del tesoro soñado! ¿Donde estaban los metales nobles, las piedras preciosas, los objetos de orfebrería, de la prosperidad fácil, regalada...? Cuando un tesoro...¿Qué es? ¿No es "eso" que alcanza un valor elevado en un momento X? En este caso, casi todo fue esperpéntico, probablemente casual y metafórico, hasta llevarme a pensar, que antes ya había hecho uso de aquel arsenal; aunque lo importante, quizá fuese saber qué había sido...; qué estaba siendo y volvería a ser.
Era un día aciago, con viento, agua-nieve y un espeso nublado que limitaba la luz. No tenía gana de hacer nada y sin razón, fui al pajar. Allí estaban las armas que, con el pensamiento perdido, miré un largo rato. Hasta que reaccioné y me puse el pantalón de lona blanca que, usaba para cortar las colmenas. Descolgué lo que quedaba de la armadura y me la puse; después, me colgué la aljaba repleta de flechas, sobre la parte izquierda de la espalda; sobre la derecha y al hombro acomodé el alfanje y el arco; en la mano izquierda la lanza; al mismo costado, colgué la daga. La ballesta, al otro costado y sus saetas en la cintura, a la espalda y por último, a medio muslo el porta dardos. De esa guisa, podía sentirme como el guerrero, cuyo tesoro dificultaba mi movilidad, o ir sin pensar, que fue lo que hice, cuando una paloma torcaz, pasó sobre mí en vuelo rasante, hasta posarse en una frondosa encina, más abajo, en la falda de la colina, junto al camino. Caminé, como no podía ser de otra manera, despacio, hasta situarme cerca de la encina, para averiguar..., pues aquel vuelo, estaba fuera de la conducta de la torcaz.
Vi a un trepador escalar el oscuro tronco, mientras me ocultaba sigiloso al lado de una coscoja, para ver qué sucedía, entre aquella especie de hurón y la paloma.
Muy poco después, mientras esperaba impaciente el desenlace, oí un ruido ajeno. Confieso, que me agité mientras alguien hablaba en voz baja, "helándoseme la sangre en las venas".
-Vosotros dos id por delante del lagar. Nosotros lo rodearemos por detrás- Dijo la voz de alguien....
-¿Y si encontramos gente?- Preguntó otra voz.
-Ya sabéis. A hierro!- Fue la contestación.
Se me cayó el firmamento encima y mientras se me congelaban, aún más los fluídos, oí un batir de alas. Miré y vi la paloma volar hacia mi, perseguida de cerca por un águila. Y como si hubiera olvidado la amenaza, me levanté gritando, para espantar a la rapaz, y aquella banda, a saber de qué, se vieron tan sorprendidos como pasmados, tanto que salieron corriendo, mientras uno decía:
-¡¡Corred! Que viene el fantasma...!
Aunque más despacio, corrí tras ellos, y paré cuando los vi meterse a la furgoneta "perdiendo el culo". El vehículo, arrancó lanzando tierra, piedras y dejando una nube de polvo.
Al regreso, miré por donde los maleantes habían estado y encontré una escopeta con los cañones recortados -"¡Gracias a Dios!"- Pensé y mirando hacia el cielo, vi al ave de presa dando vueltas, a un centenar de metros de altura. Después, miré para asegurarme, de que el automóvil seguía en retirada.
Observé el arbusto, en el que estuve agazapado y comprendí que ellos, no pudieron verme bien y el aspecto diabólico que percibieron de mi indumentaria, les revolcó el ánimo.
Me fuí hacia la casa, despacio y pensativo, mientras trataba de serenarse para, no revelar a nadie lo acaecido.
En tanto me despojaba de la armas y el disfraz, tomé conciencia de cual era mi tesoro, y que gracias a él, ahora podía contarlo o no.
El sol trasponía y creí idóneo, que pasase la noche y el manto del silencio, lo ocultase todo, incluso, que había tenido un tesoro, sin saber cómo salió del cajón de los sueños.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de febrero

LAS VIUDAS
Tomás del Charco
07-XII-2014

Quiero contarles, estimados amigos, una historia que contaba mi abuelo, cuando estaba de buenas; y que vino a escucharla en Ronda, donde hizo parte del Servicio Militar, allá por el año 1.903.
Decía mi abuelo, que un día, coincidió en una taberna, con un romancero cargado de historias y que, entre otras, recitó esta, que probablemente tuvo lugar, en poco más de dos años, entre 1.484 y 1.486, en la histórica ciudad de Ronda, donde la desgracia y la miseria, dormían al lado de la fortuna.
En una de las calles perisfóricas del casco antiguo, cerca del palacio que habitó Abomelic, en una casa de porte señorial, vivía casi recluido, el descendiente de un hidalgo, cuya fortuna, por varias razones, tenía los días contados.
El hombre, que se llamaba Ramiro, no era afortunado y su existencia iba de mal en peor, por lo que decían sus vecinos, que angustiado, enfermó. Su mujer, Leonor, además de guapa, era muy joven y tenían una hija, que ya con once años, también era muy bella. Habían tenido que despedir a los criados y estaban pasando calamidades.
Por esa razón, empeñaban un ropero y para verlo, vino Rayan "El Persa"; un comerciante que vivía en la arteria principal, cerca del Tajo, en una casa amplia, en cuyo bajo, tenía la tienda. El vecino, se había enriquecido en la ciudad; pues en la casa, llevaba a cabo tanto los empeños, como los préstamos. Reconoció el magnífico mueble de ciprés y tallado, que además estaba prácticamente nuevo.
El tendero también aprovechó, con disimulo, para ojear a Leonor y se fijó en la niña, lo cual, no le pasó desapercibido a Ramiro, que se alegró pensando, que eso venía a favorecer su situación. Sólo dos días después, se presentó el mercader en la casa, con cuatro peones, para llevarse el lujoso ropero y de paso, ver a la niña, de la que quedó prendado. Y la vio, y le preguntó su nombre. La cría sonrojada, dijo que Marta, mientras él, echaba mano a la bolsa para saldar el empeño.
"El Persa", era casado y tenía dos esposas. Una era libanesa y la otra; que procedía de Tunicia, le había dado dos hijos varones y una hembra; esta casi de la edad de Marta. El menor de los hermanos, ayudaba en la tienda, y el mayor, estaba en el ejercito.
Ramiro y "El Persa", se habían visto, a saber dónde y se habían confesado. El primero cómo empeoraba por momentos; el segundo, que se había encaprichado de Marta. Asi es que el hidalgo, dijo que cuando falleciera, también tendría que encargarse de la digna existencia de Leonor.
Apenas una semana después, Rayan envió un criado a casa de Ramiro, para pedirle ser recibido y negociar un asunto importante. La respuesta positiva fue inmediata y el infiel, aquella misma noche, se presentó engalanado para pedir la mano de Marta. Leonor, que aún no tenía conciencia, de la enfermedad de su marido, estuvo reticente, sobre todo, por la corta edad de "la novia".
Llegados al acuerdo, quedaba la negociación de la boda; pero ni siquiera el noble, contaba con la gravedad de su mal que, en pocos días llegó al límite y falleció. Eso, ralentizó el proceso, del que a última hora, Ramiro informa a su mujer.
El luto suprimió la boda; pero "El Persa" no dejaba de presionar, a fin de que se realizara su derecho. Leonor habló claro a su hija y esta, amagó la cabeza con sumisión. Después, fue al comercio para hablar con Rayan, al que rogó, por todo lo conocido, que esperase a que su hija terminase el desarrollo. Y como todo fue inútil, Leonor pidió a su yerno, que la dejara al servicio de Marta. El hombre concedió esa gracia, a cambio de que, el traslado se hiciera cuanto antes. Y Leonor dijo entonces, que aquella misma noche, ya estarían ahí, en su casa, si...,conservaba la casa de su difunto esposo, hasta una posterior determinación y no había traslado.
Aquella tarde, en el oratorio de la estancia, Leonor rezó y pensó largamente hasta decidir que, para proteger a su niña, ella se sacrificaría. Que así, no sería pecado yacer con el infiel, sino que atesoraría clemencia para la vida eterna. Así que, al ponerse el sol, vistió a su hija de gala y tras cubrirla con un jaique negro, se dirigieron al palacete del comerciante persa.
Habían improvisado un banquete familiar, en el que solo faltaba, el hijo mayor de Rayan, y aunque las esposas no estaban conformes, se resignaron y portaron con normalidad. Después quedaba lo más importante: la toma real de la novia.
A la desposada, la desvestiría su sirvienta, es decir su madre; y se metería entre la ropa del tálamo. Entonces la sirvienta abriría la puerta, para que pasase el novio que, se desnudaría tras una especie de biombo y diría a la criada, que se retirase, cuando ya estuviera preparado. Luego, en la oscuridad y entre palabras de amor, se metería en la cama con su amada.
Leonor, cuyo cuerpo apenas se diferenciaba del de su hija, tuvo que ser muy hábil para, meterse entre las sábanas de la gran yacija, antes que Rayan. La novedad, le permitiría improvisar, a sabiendas de que Marta, permanecería bajo el lecho, el tiempo de acomodarse y después, se metería por "el laillo", en tanto, su madre la sustituía, en sus funciones de nueva esposa.
La primera noche fue impulsiva; pero la segunda vino a ser la recompensa; pues Leonor, olvidó su pena y el peso de sus miserias, así como que su hija, estaba allí, al filo del mismo tálamo. Y como Rayan se entregara con pasión, ella lo recibió con ansiedad, de modo, que se achuchó cuánto pudo, para sucumbir a la cúspide de la voluptuosidad.
En un principio, Marta vio bien que su madre, le evitara las envestidas de aquel toro. Pero pronto, mientras su marido fornicaba con su made, a su lado, ella empezó a llevarse la mano a la entrepierna, y más tarde, a hundirla entre las ninfas y a sentir.... Y así se fue cargando de deseo, como un cañón.
No hacía ni dos meses, que Leonor era viuda, cuando una noche, a la hora de acostarse, se sintió indispuesta y fue al evacuatorio. Y mientras las náuseas le ponía en alerta de embarazo, Marta, como un brasa, rodeó con sus brazos a su esposo. El, no tenía duda de quien era quien, y mirándolo bien, si el esfuerzo de su suegra era excelente, la encendida pasión, con que lo devoraba, su joven esposa, era magnífica; tanto..., que a la hora de que la vital escarcha, fertilizase la tierra, también se presentó la niebla que camufla a la parca y en forma de infarto, cerró otro capítulo de la vida. Cuando Leonor entró en la habitación, todo estaba cambiado.
-¡Mamá, enciende la luz. Algo pasa.- Pidió Marta.
-¡Sssss...! ¡Calla! ¿O es que quieres que nos descubran...?
-Ya no hay nada que ocultar- Dijo Marta en voz baja.
Y como al callar, el silencio seccionara la noche, Leonor se apresuró para encender una lamparilla. Ni siquiera tuvo tiempo de reprochar a su hija....Se horrorizó cuando vio inmóvil al persa, boca arriba, con sangre entre.... Con los ojos desorbitados y la boca abierta. Dijo a su hija, que se vistiera, mientras ella, salió corriendo para llamar a las otras esposas, que lloraron amargamente, cuando entendieron que Rayan estaba muerto.
Procedieron al duelo, al entierro y días después, tras partir los haberes, Leonor y su hija, recibieron una suculenta cantidad de dinero que, les libró de la miseria. Reclamaron el ropero y cuatro mozos, lo llevaron a su casa.
Mientras el vientre de Leonor crecía, Marta ardía en deseo de salir, de encontrar un mozo, o alguien con quiera apagar su ansiedad. En ese tiempo, los cristianos se hicieron con la ciudad, mientras sobrevino el parto. Y eso, fue lo que hizo, que los militares respetaran tanto la casa, como a las moradoras; pues llegó otra niña, a la que pusieron Cristina.
Los nuevos jefes, se volcaron en protegerlas y auxiliarlas, en tanto, mientras la niña crecía, Marta se enamoró perdidamente de un capitán de caballería. El hombre, apuesto y joven correspondió, y sin tardar mucho, tuvieron que casarse.
Y como el amor, cuando pasa, llama a muchas puertas, tocó el corazón de Leonor que, le dio "el sí" a otro militar, apropiado para ella y para Cristina, a la que enseñó a caminar.
Las otras viudas de "El Persa", se doblegaron a las ordenanzas y pudieron vivir en paz; aunque el lujo, huyó para incorporarse al ejercito de los suyos; y la zagala, que pasó por ser esclava, la rescataron Leonor y Marta para que les sirviera.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de marzo

CUENTO DE INVIERNO
Tomás del Charco
13-XII-2014

A mediados del siglo XV, vivió en el Reino de Jaén una mujer que, rompió todos los moldes hasta entonces existentes; pues fue bailarina, prostituta de alto rango y a la vez una estudiosa investigadora de mundo exotérico.
Su relación, con un poderoso oportunista castellano de medio pelo que, la pretendió como concubina, supuso tan alto riesgo que, hizo examen de su vida y sus inquietudes, y determinó vivir en libertad y sin compromisos. Para ello, de la noche a la mañana, se encaminó hacia Malaga en compañía de otro mestizo caído a la pobreza.
Llegó a la ciudad costera, en estado deplorable y no pudo "levantar cabeza"; pues en la época, una mujer sola, no tenía nada que hacer, salvo de criada o como ramera. Sin embargo, entre quienes la conocían, que siempre estaban entre los pobres y vagabundos era considerada y querida, como una sabia para unos, una bruja para otros y también santa y demonio.
No siempre tenía qué comer; pues su oficio de adivina, se valía de la caridad. Era misteriosa y a la vez una libertina; ya que ningún hombre que la pretendiera con arte y algo de amor, se fue de vacío; si bien nunca repetía.
Un día, había un hombre rondándola, que llevaba el turbante sobre las cejas, como si quisiera pasar inadvertido.
-¿Qué necesitáis?- Preguntó ella rompiendo la distancia.
-Que me digáis qué debo hacer.- Dijo él.
-Esta bien. Pasad a la choza.- Pidió ella que entró después. El se sentó en el suelo y ella le entregó las tres monedas que, debía echar sobre el tablero de taracea que, representaba la rosa de los vientos.
El hombre soltó las monedas y ella, horrorizada, se tapó los ojos. La combinación de las tres cruces, ya era fatal y las posiciones de las piezas sobre el tablero, el infortunio mismo.
-Decidme qué ocurre.- Pidió el desconocido, algo preocupado.
-Las monedas no me dicen qué debéis hacer.- Contestó ella. -Dicen que habrá una luna de sangre en el reino; pero antes.... Pronto sí; todo el que no disponga de un techo, tendrá que hacer frente al frío de la muerte.
-Si yo tengo casa ¿que relación tiene eso conmigo?- Preguntó.
-Debéis saber, señor, que lo sabéis. Que Alá os pondrá a prueba y debéis proteger a los desamparados, sin olvidar que corréis peligro y debéis protegeros.- Dijo la adivina.
-Si eso es así, dejad esta choza y venid a casa....- Dijo él.
-No puedo. Debo sentir lo que esa gente, a fin de guiarlas y decirles qué deben hacer.- Afirmó ella.
En poco, llegó crudo el invierno, gélido y frío, hasta el punto que había quien deseaba, que le recogiera la muerte.
Cuando nevaba, se recobraba el aliento; porque helaba a diario, sin que el día hiciera mella al hielo. El hedor era enorme; se congelaban los pies descalzos y se paralizaban los dedos de las manos a poco que quedasen sin protección.
Los sin techo, se personaron en la Alcazaba, a fin de pedir que le dejaran entrar, por las noches, en cuadras y pajares; pero de nada sirvió; ni tampoco les permitieron cobijarse en la fortaleza.... Ni tenían herramientas para escarbar una cueva. Se tuvieron que mantener a base de ejercicios, entre enormes temblores, rechinar de dientes, dolores agudos en las extremidades y las narraciones más exageradas e impresionantes, en torno al fuego que, no calentaba. Todo ello para no rendirse al sueño y morir helados.
Ya casi llevaban una semana sin dormir, cuando el viento vino, acentuando aquel frío infernal que, cortaba la piel, mientras el vaho, se solidificaba bajo las narices.
Después de buscar y buscar un espacio, los desvalidos decidieron situarse, entre el muro del palacio y el acantilado. Se apretaron entre ellos y sólo consiguieron reventarse los sabañones y agrietar más los pies; por fortuna, llegó una leve mejoría, así que el fuego y el sol, empezaron a mitigar la gelidez del norte que, entre silverios costantes se derrumbó la choza.
Ante tanta desgracia, "la adivina" volvió a ir a la puerta de la Alcazaba y pidió permiso para hacer la choza contra la muralla, aprovechando la esquina de una torre. El frío que pasaban quienes atendían el palacio, les hizo que no era humano, no auxiliar a los indigentes. Pero esta vez, en cierto modo, se les atendió, aunque con todo mojado y helado no se podía hacer gran cosa. así que continuaron en torno al fuego al pie de la muralla, en la parte baja de la fortaleza palaciega, agitándose.
Transcurría la treceava noche de gelidez, cuando "la adivina" dijo que les iba a contar el mejor cuento que habían oído desde que empezara el invierno. Pero, que para que fuese más bonito, mientras seguían sin cesar de moverse, tenían que cerrar los ojos y dejarse..., arrastrar por las sensaciones, como si fuerais los protagonistas. Todos los indigentes, estuvieron de acuerdo en aceptar las condiciones, para que la adivina contara su cuento. Y ella, empezó de este modo:
Erase una vez, en los confines de la tierra, que unos pobres desgraciados, llegaron al país de las maravillas. Y se sintieron muy halagados, porque los recibieron con amor, en el jardín más hermoso que podáis imaginar. "Imaginadlo. Eso es". Un importante grupo de seres alados y resplandecientes, tocaban con armonía sus instrumentos de cuerda; otro grupo más reducido, danzaban, y una legión de bellísimas vírgenes, como Alá les concedió la vida, salieron de la nada para abrazarlos. "¿No notáis el calor de sus cuerpos?...¿Y cómo, en vuestro vientre sube, el calor que da paso al deseo de poseerlas?"
-Sí, adivina, es verdad; pero ella no merecen a seres tan sucios como nosotros.- Dijo, de los mendigantes, el curioso.
-Es cierto; pero todo será, como ha de ser.- Contestó la adivinadora.
Y continuó...¿No veis, al fondo de ese paseo las fuentes de las que brota, el agua, cristalina y algo humeante...? Pues allí los llevarán para que se laven y gocen del agua caliente; y cuando salieron del cálido abrazo del agua, los esperaban otras vírgenes, de larguísimas y auricas cabelleras, con las que los secaron. Después, los perfumaron "¿No os llega el dulce olor?" Y acto seguido, en un fantástico recinto, los vistieron con ricas y vistosas ropas; antes de, pasar a otro recinto, aún más acogedor, "¿Acaso no notáis su calidez y el aroma de los manjares que ocupan la mesa?" Sí, es cierto. Los vagabundos, estaban siendo agasajados con lo mejor de lo mejor; pero sobre todo, lo más valioso era el calor que, los iba haciendo no necesitar vestido alguno. "¿No lo notáis...?" Y la calurosa desnudez de las vírgenes, cuya belleza y hermosura, sobrepasaba..., todo lo conocido....
Se hizo el silencio y como la adivina no seguía, otra mendiga abrió los ojos, diciendo enseguida, que la sabía narradora había desaparecido. Pero algo..., había sucedido que era magnífico; no sabían si era un milagro, todos notaban que habían perdido la sensación de frío.
El más mayor de los desvalidos, fue a la puerta de la Alcazaba, a preguntar, si habían visto a la adivina; mientras un rayo de luz se perdió por el mar, dejando atrás un neblinoso fulgor.
Nadie supo después, nada de la sabia mendiga; aunque si hubo, quien creyó, que se fue sobre su escoba de luz, tras conseguir llevarse, por muchos años, el frío de los inviernos, que se extravió donde crecen los pinsapos, en la serranía de Ronda.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de abril

CUENTO DE PRIMAVERA
Tomás del Charco
23-II-2015

El invierno había sido de lo más crudo y ahora, por fin empezaban a presentarse días más templados. Todo el mundo tenía ganas de salir, de embriagarse de naturaleza, de disfrutar de la grandiosa vistosidad del campo....¡Verde! Y decía lo bonitas que estaban las praderas, las alcarrias y las algabas..., tanto..., que el entonces alcaide, decidió concederse un día de gozo, llevando a toda su gente, a una propiedad que tenía no muy lejos, aunque dañada, eso sí, por la presión de las irrupciones enemigas.
En un carruaje llevaron las provisiones, en otro iban las seis esposas con sus niños pequeños y en un tercero, viajaba el, con el jefe de la servidumbre y el de la guardia. Cuatro jinetes encabezaban la comitiva y ocho, hacían el camino detrás de la gente de a pie, entre las que contaban las concubinas, las criadas y las esclavas, criados, peones, esclavos renegados y al menos una docena entre zagales y zagalas. Hombres y mujeres habían salido debidamente ataviados, con sus túnicas, alquiceles, jaiques, turbantes, velos y pañuelos, de los que se despojaron en parte, tras llegar al destino.
Allí, hicieron un recorrido por el terreno, tomando contacto con "La Naturaleza", para apreciar la opulencia de los verdes, el aroma a hierba pisada, variado y refrescante; en tanto, cogían flores de entre la diversidad.
Los peones buscaron leña y los criados se encargaron de preparar la comida, en tanto. los esclavos montaban una tienda para las mujeres; pues una parte de la casa, la ocupaban las esposas con los niños pequeños y otra, el jefe y sus secuaces. El resto de la gente, se conformaría con la calle.
La comida, vino a ser como un banquete que, empezó a deslucir el viento y las nubes, que fueron cubriendo el cielo. Amenazaba la tempestad y se refugiaron a la espera. Fue entonces cuando la criada del señor, empezó a darse cuenta de que Fátima; la esposa que no tenía descendencia, había desaparecida. Se dio una vuelta y acabó acercándose al alcaide para decírselo en voz baja.
El amo delegó en su criado que, encargó al jefe de la guardia la búsqueda de la mujer. El hombre, hizo un gesto de desaprobación antes de parlamentar y enviar a dos de sus caballeros para buscar a la desaparecida y no volver sin ella.
Tras reposar la comida y mientras los criados recogían, el alcaide, con el jefe de la guardia, los criados personales, las esposas y concubinas salieron a dar un vuelta, retando a la agitación atmosférica de los inicios de primavera.
Una de las esposas preguntó que cómo no iba Fátima. "Que estaba retenida", dijo el alcaide que, dio media vuelta, cuando un peón, inclinándose, le afirmó que todo estaba preparado.
La comitiva inició el retorno y cuando iban a medio camino, tras un fuerte vendaval, se presentó una lluvia tan intensa que, lo encharcó todo en escaso tiempo, pero la caravana no paró hasta llegar al palacete. Nadie se libró de llegar empapado, y por eso encendieron fuego en todas las chimeneas.
Mientras se secaban, el alcaide en su habitación confesaba al jefe de la guardia, que no estaba seguro de tenerla atendida y contenta; que alguna vez la había consolado; pues no llevaba bien lo de no contar, al menos, con un hijo.
Los consiguientes catarros y resfriados pasaron; pero los soldados encargados de buscar a Fátima, jamás dieron fe de vida.
Tiempo después, entre los vecinos, se comentaba que los jinetes desertaron al no encontrarla, y de ella, que se había escondido en un perdido refugio de montaña y no ya por no tener hijos, sino porque le atraparon de niña en una algazara. Que estaba con un pastor; pero nadie aseguraba que fuese verdad; mientras en el palacio, para consuelo decían que, cuando más deseas que las cosas salgan bien, si salen mal, más desastrosas salen.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de mayo

EL CONDENADO
Tomás del Charco
15-XII-2014

Cuando Huércal-Overa aún era "Huercalovera" y en la zona, eran frecuentes las escaramuzas, de manera que la frontera, unos días estaba en Góñar y otros en Rambla Grande, el vigía de la torre, transmitió las confusas señales, captadas a la torre de Puerto Adentro, al Visir de Granada, que decía, que al día siguiente, por descanso, no se presentarían ataques. La respuesta fue que no se batallaría y dedicarían el día en mejorar las máquinas de guerra.
Desde primeras horas del día siguiente, se presentó un obstinado ataque y los musulmanes, tuvieron que retroceder casi, hasta las mismas tapias del pueblo. El vigía del castillo, fue apresado y conducido a las mazmorras, al menos, mientras el error se aclaraba.
Tras saber del ataque, el Visir llegó a pensar, que le habían "tomado el pelo" y quiso "cortar por lo sano", ejecutando al vigía; pero el entonces alcaide de "Huercalovera", pidió que se aplazara la ejecución, hasta saber qué había pasado en realidad; pues tenía certero conocimiento, de que Amín, era de lo más leal.
Según el Alférez que investigó el caso, el avance de las tropas musulmanas hasta la Rambla de Vilerda, ocasionó una pequeña celebración y el vigía de la torre correspondiente, que era neutral, se embriagó y lanzó el mensaje que salió; del cual, igual ni era consciente.
Una expedición armada salió para prender al borrachín; pero este se percató y abandonó el puesto, para correr hasta las cuevas del Puerto Lumbreras Oeste, donde pudo refugiarse entre los muchos maleantes.
Sabido esto por el Jefe Militar, envió este mensaje al alcaide:
"Dí al vigía de tu confianza, que será perdonado si es capaz de demostrar, que de verdad, es de confianza".
El Alcaide, fue al presidio y comunicó el mensaje recibido, al preso en cuestión, que pidió, que a otro día, fuese un escribiente a fin de contestar.
Amín manifestó,que si de Granada salían discretas expediciones hacia Jaén y Córdoba, con el fin de que los hombres fogosos se desahogaran, bien se podían requerir los servicios de cortesanas con enfermedades contagiosas, bailarinas con falta de triunfar y músicos de poca monta, para instalar tiendas de festejos y lupanares en el campo de batalla, con lo cual, al menos, ganarían tiempo.
El rey, tuvo noticia de la situación y del mensaje, por lo que ordenó que la estratagema se llevase a cabo cuanto antes. Se montaron atractivas mancebías en Góñas, Las Norias, El Torrejón,El Saltador, Las Labores, Urcal y Los Cabecicos. Limitaron la vigilancia y dejaron que el ejercito, que tenía su base en Lorca, mandase expediciones y en los prostíbulos, se hicieron lucidos festejos que, llegaban a ser desenfrenadas bacanales, en las que reinó sin distingos el sexo. En apenas dos semanas, no quedó soldados que no se dejara llevar por el fornicio.
En poco se vieron saturadas las enfermerías y los espías empezaron a transmitir la noticia de que el objetivo se había conseguido. Y los moros, impacientes, organizaron una incursión de guerra, para la que, el vigíade la torre fue liberado, a fin de llevar la bandera, como quería, para exponerse a una digna muerte.
Las expediciones cristianas, aunque no fueron capaces de no sucumbir a los encantos y la perfidia de las mujeres, habían conseguido reconocer el terreno para preparar batalla. Así que a Lorca habían legado tropas de Valencia y Aragón que, no solo inhabilitaron el ataque, sino que contraatacaron y pusieron a los moros pasada la Rambla de Abejuela-Los Gibaos. Y estos, vencieron la pena, entregándose a los prostíbulos que habían montado para mermar al enemigo.
De vuelta las milicias a los cuarteles, decía un viejo voluntario,: "Si respetas a tu enemigo, respeto merecerás de él; y si no, no olvides que ya juegas con una carta menos".
Esto molestaba a los superiores que, echando al abanderado vigía de menos, lo enviaron a Lorca, a fin de buscarlo, pensando que no correría buena suerte; pero su corrección y respeto fue la razón por la que los cristianos le atendieron en igual medida.
Supo el viejo voluntario, como Amín, el vigía, estaba preso como causante del enfrentamiento, y expuso cómo todo había sucedido a raíz de una confusión que, hasta su rey lamentaba.
Días después prendieron al borracho y despidieron al viejo moro diciéndole que si el Visir sabía todo y no le levantó el arresto, hasta que tuvo que salir para llevar la bandera, es porque allí, era poco conocido aun, y que no le liberarían hasta que Visir, así los solicitara; pero que la bandera, se la daban a él para que la llevase a su procedencia. Y hubo paz hasta que unos y otros acabaron de recobrar la salud.
En tanto, pasado un tiempo, el condenado fue liberado y canjeado como esclavo, sin poder demostrar que era digno de confianza y recordando, qué dignidad y grandeza alcanzó en Ronda tiempo atrás, antes de que el Zegrí dejara el fortín para auxiliar a Málaga y por el camino, le ordenaron llevar un mensaje al rey de Granada, y que a su vez, el Visir lo envió a la frontera oriental para transmitir información...
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de junio

EL DESEO DEL SIXTO
Tomás del Charco
22-II-2015

Al zagal de decían "el Sixto" por no decirle "El salido". Su padre se avergonzaba de él; pues no había logrado transmitirle su educación comedida y algo refinada, de gente bien. Al mismo tiempo que, en la parte baja del poblado, donde vivían, cerca de la puerta que da al Guadalevín, se extendía entre los vecinos, la voz de que , el muchacho era, al menos, un mirón irremediable.
Como tímido, describía un camino esquinado para tratar de satisfacer su ansiedad, su deseo rebosado de excitación carnal. Arriesgaba el tipo, colándose en las casas para espiar a las mujeres. Deseaba ver la desnudez, la geografía de sus trastornos, las formas del placer hecho carne, de la hermosura de la juventud, o cuando menos, de una madurez armoniosa.
Él, era capaz de ver la belleza, no ya de un medio rostro, sino también del esplendor de los femeninos cuerpos, cuyos ropajes amortiguaban toda forma. Y esa fantasía de los dioses, le prestaba sentido al deseo, a la perturbación que se le atrancaba a veces, cuando era casi imposible "meter el diablo en el infierno".
Pero la vida, igual que nos envuelve en dulce, nos da fuera por sandía, o una debilidad que, para Sixto, era la vejez. No soportaba, ni siquiera que una vieja lo mirase; mientras rendía incondicional pleitesía a la belleza y la hermosura.
Y en aquel mundo, donde la mayoría de las mujeres estaban confinadas en la íntima propiedad de los hombres y cuando no, en serrallos, o la pluralidad desposaría de quienes contaban con bonanza económica. La calle, solo ofrecía una panorámica de criadas y esclavas, a las que no favoreció ni la hermosura ni la belleza.
"El Sixto", había empleado ya todo su ingenio para colarse, sobre todo, en las casonas vecinas; incluso en un palacio, donde dos guardianes, le habían propinado un disuasorio correctivo. Pero el poder de su energía, era tan indomable, que con más convicción, se jugó la piel, colándose en un harén, donde todas las mujeres que ocupaban el cálido y armónico salón, estaban en edad fértil y por numerosas, no todas vivían felizmente complacidas.
El muchacho, que había entrado, aprovechando un despiste de la guardia, dobló el esquinazo y se metió en la primera puerta que encontró. Fue a parar a una gran hornacina, donde permaneció, detrás de una escultura, desde la media tarde, hasta la madrugada. Y desde donde pudo ver hasta medio salón.
El rico mercader, se dirigió a la alcoba y en el gran salón, dos jóvenes hermosísimas, se levantaron de sus asientos para ir tras él. El resto de las presentes, trataba de dormitar la siesta, pues en poco supieron, por los arrumacos y los jadeos, que Mustafá, se rendía al placer. Algunas de las mujeres tomaron aire, mientras el eunuco de turno, avivaba las brasas de turíbulo, aromatizando el aire ambiente. Otras maquinalmente se llevaron la mano al bajo vientre, mientras miraban al criado; tampoco faltó la que suspiró de forma inconsciente, aunque lo común tras esto, fue la cabezadita soñadora.
Rato después, el salón alargado, a cuyo extremo estaba la tarima, se llenó de mujeres. Dos sirvientes, entraron repartiendo té y dulces, mientras los músicos, ocuparon un extremo del estrado y dos bailarinas, envueltas en vaporosos tules, empezaron una danza escénica, en la que pechos y glúteos se movían ritmados por vibradoras caderas.
Se miraron hasta la provocación y en poco, una cogió el velo que lucía la otra, para ir vestida y desnuda."¡Qué hermosura!" pensaba el joven, en la hueca de aquel pasillo.
De pronto y mientras giraba, los pechos de la bailarina quedaron en libertad y fingiendo enfado, devolvió la moneda; pero esta vez, la bailarina cesó sus giros, cuando su hermosísimo cuerpo quedó, únicamente protegido, por su larga cabellera negra y ondulada que ocultaba el bello púbico.
La asediante mirada de la bailarina de los pechos de ensueño, cesó cuando la desnuda, buscó la protección de su señor; sentándose en sus piernas, mientras el la acarició de forma paternal. Un eunuco, se acercó para cubrirla con un pañuelo gigante, ricamente adornado.
Otra mujer, con túnica festiva, subió al tablado y empezó a recitar poemas de amor. Y cuando iba a terminar, una cuarta subió para cantar. Después llegó la cena y una malavarista dió el toque preambular del descanso, al que se retiraron, tras un juego que les permitía saber, si Mustafá no manifestaba su deseo, a quién le tocaba acompañarlo. Y como era inteligible, a las demás, mostrar su deseo y disposición.
Y fue justo entonces, cuando una voz de mujer alarmó al joven. La voz que no delató a su dueña, tranquilizó al Sixto, atrapado por..., y lo fue acariciando, bajo la velada amenaza de delatarlo; lo que podía ser, como condenarlo.
-¡Qué habilidad...! ¡Ummmm!- Exclamó el mozalbete.
-La fortuna me ha premiado- Dijo ella, amparada por la oscuridad, mientras comprobaba con deleite aquella fálica bendición. Después, con delicadeza, le preguntó si antes, ya había estado con una mujer.
-¡Si! Una vez....Con la criada....Pero ahora, es imposible- Contestó él.
Tras aquel calentón, viendo las bailarina, lo imposible, era que se escapara; pues la mujer, tras subirse la túnica, apretó su delicado trasero contra aquella promesa de placer.
Sixto, no tardó en estallar. El criado que pasó, se quedó mirando el hueco. Parecía extrañado; pero bajó la cabeza y continuó hacia la salida.
-Ahora, la espera será larga; pero debes permanecer inmóvil, hasta que llegue el momento de poder salir. Yo te ayudaré- Confirmó la mujer que salió y al punto, otro criado se quedó mirando desconcertado; pero la oscuridad jugaba a su favor.
Pasó rato, hasta que llegó sigilosa la mujer, que dijo que era el momento. Andaron el pasillo y casi a la salida, tras doblar la esquina, donde estaba la lámpara, "El Sixto" miró a la mujer que, no escondió su rostro de anciana.
El zagal, arrojó nada más salir y llegó malo a su casa, mientras se prometía, no mirar jamás a una mujer que no fuera joven o, su esposa.
Y es que, aquello que más nos gusta, hasta puede indigestársenos.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

 

Mes de julio

LA ALQUERIA
Tomás del Charco
13-III-2015

En Malaga la zozobra de la reconquista no fue larga; pero en todo cambio drástico se presenta la confusión, aunque las cosas se aclaren pronto. Y es entonces, en medio del caos, cuando tiene lugar la increible, lo que nunca ocurre y por lo general, lo que atormenta y queda como anécdota.
Mientras se hacía oficial, a todos los niveles, la toma de la ciudad y su territorio por los cristianos, vino a ocurrir que un pudiente señor, con ánimo de saquear, incurrió en una alquería, cerca de Almería donde celebraban un alboroque de encapuchados. El rico muslime, que ni siquiera bajó de su alazán, delegó en su alférez, que ordenó a los criados que, apresaran a los jóvenes. Luego regresó a su casona, sorteando los controles y contento, pues ampliaría su harén, sumaría algún mozo a la servidumbre y el resto, los vendería como esclavos.
Pero a veces, los propósitos no ven el fin, o este, llega inesperado. Y eso le pasó al moro Muza; que se negó a lo que pasaba, amagó la cabeza, como el avestruz y eso, le permitió resistir media semana más.
Por temor los apresados en vez de resistirse, se mostraron colaboradores. Muza cogió para su harencito a la zagala maciza y otra...; quedándose con lo que pensaba y aquel mismo día, vendió el resto que, tiempo después, fueron liberados.
La moza, era lo que esperaba; pero la otra..., era un joven que seguía con el disfraz para salvar la vida, imitando hasta los amoricones. Muza, aquella noche forzó a la joven Adelila, que a otro día, aún lloraba amargamente y el embozado, que la pretendía, le prometió vengarse y trató de minimizar lo sufrido, diciéndole que Muza, por malvado, no tenía hijos con ninguna de las esposas.
El día pasó sin ni siquiera abrir la puerta. La noche llegó alípeda y el inhumano almuédano, tras una cena ligera y servir vino a la máscara, que la había hecho sentar a su lado, quiso llevársela; pero se negó. Muza se dirigió a la alcoba, encargándole a su mando, que le llevara a la joven, aunque fuera a rastras.
Se extrañaron los sirvientes cuando la joven, como una cordera, accedió a entrar al aposento, sin percatarse ninguno de que en un leve movimiento, le había quitado la daga, al más bajo de los criados.
-¡Anda...! Acércate- Ordenó el ambicioso sarraceno.
-¿Qué quieres descubrir?- Preguntó el disfrazado con firmeza y una frialdad casi retante.
El licenciosos pudiente, sin contemplaciones, llevó su mano al bajo vientre del disfrazado y sus ojos, quisieron escaparse de sus hoquedades; pero aún se abrieron más, cuando Sait le puso la punta de la jambiya, sobre los mismos genitales.
-La que anoche abarrajaste en tu yacija, la quería yo para esposa.- Dijo amostazado el joven.
-¡Clemencia...! No lo sabía ¡Piedad..., por quien más quieras!- Rogó Muza, con voz quebrada.
Tras una difícil negociación, Muza optó por conservar la vida, aunque la perdiera a otro día. Así que se dejó maniatar, sentado en una especie de trono. Ordenó al criado que entrara y como si no pasara nada, le dio instrucciones. El siervo salió y en poco, entró una de la esposas, que danzó mientras se aligeraba de ropa. Entonces, Sait entró a moverse con ella; el disfraz, las contracciones y los roces, la fueron excitando, tanto..., que dijo al esposo: "Sabed señor, que ardo en deseos; pero no sé cómo queréis que os sirva."
Muza amagó la cabeza para no ver y dijo que si aquel miembro era adecuado, que lo aprovechara allí, donde el la viera; pero Sait exigió entonces, que besara al esposo mientras la adehalaba; y así se hizo.
-¡Ay..., cómo me aburra...!- Exclamó la mora tras acezar, entregada al placer y mientras aún se contoneaba.
Muza, que estaba muy encendido, pidió alivio; pero Sait, dijo que sería mucho más el gozo, cuando amarara a todas las hembras. El moro maldijo entre dientes y pidió que se apresurasen.
Y la venganza, se fue consumando durante la noche, con el apoyo de licores, frutas, perfúmenes y masajes con aceites balsámicos; entre la cortedad de unas mujeres y la diligencia de otras. Por último, entró Adelila y todo cambió. La traía un criado al que Sait engañó y desarmó; ordenándole que se desvistiera. Y mientras la joven, se puso con la daga detrás del entronado amenazante, él se fue despojando del atuendo femenino y poniéndose la ropa del criado que, esperaba confuso el desarrollo de la situación.
-¡No me dejéis así!- Pidió Muza fuera de sí, con deseo extremo.
Sait lo soltó, ordenándole que se sentara en el lecho, mirando al tronco. Entonces ordenó al criado, que permanecía desnudo, que se apoyara en el sillón y alzase el trasero. El mozo miró a Muza que, le afirmó con la cabeza.
-¡No mireis! Aprovechad la suculenta ocasión.- Dijo Sait a Muza.
Y este, se levantó y arremetió sin reparos, en tanto, Adelila y Sait, salieron de la casona sin apenas dificultad. El día, venía montado en un carro de luz y los evadidos, alcanzaron la libertad, el momento para abrazarse, confesarse amor y más tarde..., se entregaron como si ganasen el paraíso.
Dos días después, Muza recibió la visita de un amigo y aceptando la situación, optó por montar. Aquella tarde, tras pensar cómo hacer, terminaba de escribir una nota, cuando tocaron a la puerta. Era un piquete militar, al que suplicó que le dieran tiempo para dejar en orden su hacienda; pues no contemplaba la idea de acristianarse.
El jefe del piquete, previo pago, le concedió don horas. Muza, Con un criado, envió la nota a su amigo, y tras escribir otra, pidió que la llevase un soldado al Cadí, que conversó, por lo pronto, se quedaba en la administración.
Tanto el cadí como su amigo, estuvieron enseguida en la casa. Se redactó un documento por el que: de sus tierras se pagaría la alfarda al nuevo gobierno; sus bienes monetarios cubrirían las toxas y lo que quedase, se repartiría entre sus esposas, a las que dejaba la casa y estas, las dejaba bajo la tutela de Sait, el amo de la alquería, que era capaz de defenderlas y darles honra y felicidad.
Pasó un tiempo para dar con el personaje; pero al fin, el cadí se presentó en la alquería y puso al corriente al joven Sait, al que tanto cargo, le venía largo. Pero un día, las mujeres que estaban todas en "estado de buena esperanza", se vistieron con sus mejores galas y se presentaron en la hacienda, reclamándole....
Y como siempre.... Diez tetas llevaba la carreta....Y Sait para pesar de Adelila, sin titubear aceptó la herencia y sus consecuencias; y cómo la primavera..., no espera, llegó fértil, premiando a su mujer con mellizos. Todos los perjuicios y rencillas se desmoronaron y la felicidad, ocupó largo tiempo la alquería y el corazón de Sait, el heredero que vino, entregada Ronda, a tomar posesión de la propiedad de su tío, que partió para África, antes de que Málaga se entregara a los cristianos.
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/la monumental...,/tan honda...!

 

Mes de agosto

CUENTO DE VERANO
Tomás del Charco
25-III-2015

Erase una vez..., y no hace ni muchos años, que tuvo lugar esta historia, en un hotel de Fuengirola.
Aquel día, verano puro, era realmente axficiante. A primera hora, el calor no era extremo; pero la humedad, se manifestaba con contundencia.
Paco, se presentó para resolver un problema y realizar un trabajo, en un salón lleno, sobre todo de equipajes. El problema lo resolvió; pero el trabajo..., por dificultades técnicas, se anuló.
-¡Ay..., que calor.... Y cómo me aburra.... Este inconveniente...!- Exclamó el técnico, con pesar y en cluquillas; junto al rodapié.
Escuchó una respiración tras de sí y como un risita. Se giró y no vio nada. Una mano levantaba la sabana; pero la oscuridad camuflaba los volúmenes. Un brazo alzó un poco más la tela y se encontró, con aquellos ojos negros enmarcando una sonrisa. Con la otra mano, le invitó a colocarse allí, a su lado, en el sofá-cama.
Para el asalariado, era comprometido y se limitó, tocado por el deseo, a sentarse en el borde, girándose para mirarla; mientras ella, echó hacia atrás un pico de la sábana y el aire, cargó con el ardor que desprendía aquella divinidad.
La joven, dijo algo; pero el técnico no la entendía. Desde la habitación, otra voz femenina, traducía e informaba:
"Dice..., que quiere, que la dificultad del trabajo, no le afecte al ánimo.... Además, quiere saber si le gusta...."
-¿Cómo no me va a gustar...? Es un bombón por to lo alto- Dijo el operario que se recreaba mirándola.
Una criada, salió rapidamente para taparla, excusándolas y liberando una risita. Pero la chica, aún se destapó más; levantándose, sin reparar en el hombre, al que hizo una alcocarra y que era incapaz, de pasar de la hermosa desnudez morena, de metro ochenta.
Delgada y a la vez maciza; con curvas ligeras, como sus pechos, que surgían altos y como una suma de modestos volúmenes que, encajaban a la perfección, coronados por cárdenos rosetones.
Se puso una camisa que, apenas le cubría el tanga y ni siquiera se preocupó de abotonarla. Se Preocupó eso sí, de ser espléndida y generosa, invitando al técnico a "tomar el té". Y este, no supo negarse al arrobo que transmitían aquellos ojos amartelados, profundos y dulces.
El ambiente, ya era sofocante y bochornoso; el sol caía como fuego, el suelo abrasaba y la frescura, adquiría forma de sueño inalcanzable; pues la noche no restó importancia a un día para el recuerdo, como un cuento de verano.
Horas más tarde, Paco volvió al saturado apartamento y quedó profundamente sorprendido; pues el saloncito, estaba totalmente transformado; alucinado con cortinas, alcatifas, visillos, pañuelos, velos y vistosos tules. El sofa-cama, estaba recogido y pegado a la pared, con una silla a cada lado. El centro, era el sitio previsto para el invitado, a cuya derecha, sentaba un criado engalanado que, tenía un albogue y hablaba español.
Al otro lado, en el sofá, quedaba un sitio libre. El orden de colocación parecía muy pensado; las mujeres estaban arregladas, aunque cubiertas con adrianas y capas, mientras esperaban el momento, para tocar los instrumentos o, exhibir sus modos de hacer las danzas.
Delante estaban, sobre cojines y el centro lo ocupaba la anfitriona, ataviada para el baile, con ricos atuendos, ajorcas doradas, aljófares, arrequives y un peinado de fantasía.
Sin tardar, de la cocina salió otro sirviente, con aire adamado y uniforme festivo, con una bandeja llena de vasos en una mano y en la otra, una tetera grande, para ofrecer a los presentes. Detrás salió una camarera con túnica y capa de seda, que repartió los dulces, que portaba en una bandeja de metal labrado. Tras dejar los enseres en la cocina, él ocupó el sitio, en el que estaba el címbalo sobre un cojin y ella, que se había quitado la túnica, se posicionó delante.
Zulayta, la joven invitante, tras ponerse en pié, levantó el vaso para formular un brindis y después, según el traductor dijo, que en aquel momento, aquel era el harén de Paco. Que tocarían y bailarían para él, como agradecimiento por la rápida atención y porque había sido, la primera persona con la que habían tratado, tras llegar de un país de oriente.
El técnico enrojeció al punto, pero después, tras tranquilizarse se vio entre sentimientos encontrados, entre el gozo de aquel ensueño y las miserias de la realidad.
Todas las personas congregadas, estuvieron atentas con el invitado, especialmente Zulayta, que hizo una interpretación personalizada de "la danza del vientre". Al final, contrajo el pecho y cayó el sujetador, brindando aquella discreta intimidad a los presentes. Hubo una aclamación unánime para agradecer aquella alcocarra de pasión, mientras el humo del incienso, remarcaba la persistencia del calor y la incesante y generalizada sudoración.
Pero si alguien tenía que destacar por su baile, por su arte, por su dominio, sus improvisaciones y su armonía, esa era la abatanada profesora de danzas orientales que, aunque más mayor, era una belleza rezumando hermosura, magníficamente acicalada y colmada de alhajas.
Paco, recordaría siempre y con adoración, la actuación de la camarera, que sobrecogió, cuando se levantó para subir a la pequeña tarima; dejando caer su capa y mostrando enfebrecida pasión, cuando se desprendió de la prenda superior, dejándolo boquiabierto.... Además a media actuación, salió para hacer un número sáfico, que despertaba todos los deseos, una mujer maciza que, rompía la normalidad con sus pechos esféricos y casi perfectos, que movía como zarandeaba las caderas, que parecían sueltas; y lograba agitar las nalgas, convirtiéndolas en vivos objetos del deseo.
Tras una hora de sarao y mientras afinaba los instrumentos de cuerda, crujió la cerradura y todo se paralizó; hasta que el atezado agareno, que vestía alquicel sobre la túnica y turbante, con aire aúlico y cierto aticismo, tras entrar, cerró la puerta.
-¿Qué está pasando aquí...?- Dijo el traductor que preguntó.
Todo el mundo amagó la cabeza, salvo Zulayta, que contestó mientras el iba a la habitación y volvía con el arpa. Saludó al invitado y tras sentarse a la izquierda, se prolongó el acto, hasta la hora de la cena; momento en que todo acabó, en tanto, el tío de Zulayta, se excusó por no haber vuelto antes; alegando, que había tenido que atender asuntos de su sobrina, la princesa.
Paco se emocionó al pensar en el alboroque que habían montado, solo para él. Y entre lágrimas dio las gracias y se despidió tras aconsejar a la princesa, que no se marchara sin visitar Ronda, su patria chica.
Y es que, los espejismos, los sufren las personas. Y aunque por naturaleza, sucedan en los desiertos, alguna vez pueden saltarse el orden.
¡¡Ay Ronda...!/Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de septiembre

LA FORTALEZA DEL SANTI PETRI
Tomás del Charco
8-IV-2015

Mientras salía el sol, ascendía el humo desde la chimenea. Al menos el abuelo estaría en pié; esperando quedarse con el nietecillo; pues ellas, madre y abuela, tenían que hacer un viaje.
El sol dio unos candilazos premonitores y tras el desayuno, salieron de la casa para despedirlas.
-Abuelo, aquel cerro está escondido en un nublo.- Advirtió el niño.
-¡Claro!- Dijo el abuelo -Se está confirmando que tu mamá y la abuela, se mojarán si no se dan prisa en volver.
Ellas partieron con la burra, mientras el abuelo, cogió al pequeño de la mano, para volver al interior de la casa, al tiempo le decía, que el cerro se llamaba Santi Petri y que, cuando el sol salía entre nubes, tristón y la niebla coronaba el cerro, llovía seguro.
El día, se tornó gris y el frío de la época, hizo que se sentaran en torno a la chimenea, para calentarse.
-¡Abuelo...! Ese cerro ¿es muy alto?- Preguntó ansioso el niño.
El abuelo, dijo que era el más alto del contorno y que por eso era un referente orientativo. Y el chiquillo, como era de imaginar, preguntó a su abuelo ¿qué había allí arriba?
La respuesta fue concreta: "allí estuvo la fortaleza del Santi Petri". Y se extendió de este modo:
"Hace ya muchísimos años, cuando los moros invadieron España, que los vecinos que vivían en torno a ese cerro, pasaban con insumisión de los conquistadores que, no daban importancia al hecho. "Ya se cansarían". Y aún seguirían si hubiesen pagado la alfarda.
Cerca, había un templo visigodo que el ermitaño, dejó por seguridad, para subir al Santi Petri; enviando un mensaje para pedir ayuda. Pasó un tiempo, hasta que llegó una pequeña expedición de soldados camuflados. Pronto otra. El propósito era rescatar al monje que, se negó y por ello, los primeros que llegaron se volvieron y los seis restantes, montaron un puesto de vigilancia sobre la cresta, y un habitáculo que servía para todo, incluso de iglesia.
Un día, los vecinos les pusieron en alerta, pues una expedición de reconocimiento, de los conquistadores, estaba por la zona, pero no llegaron a encumbrar el cerro; los liquidaron para que no dieran información; aunque eso, era encender el fuego para, estar a sus anchas unos días más.
Los mandos árabes, eran conscientes de la insurrección, pero tenían asuntos más urgentes que atender. En tanto, aquellos cristianos, escabaron dos líneas defensivas. Después de muchas escaramuzas, con notables pérdidas para los conquistadores, estos se presentaron en masa; pero los supervivientes cristianos, refugiados en el lugar y los soldados, se escondieron en las entrañas del monte y como todo pareciese misterioso, los mandos árabes, suspendieron la confrontación intensiva, aunque se concienciaron, en que tenían que terminar con la resistencia de los lugareños.
Finalmente, una expedición sarracena, apoyada por un gran ejercito que, empezó asediando el lugar, propuso una negociación que, hicieron a través de correos; por la que se respetaría a los lugareños, y a los soldados,se les dejaría partir, aunque serían escoltados hasta salir del territorio.
El mando, hasta entonces del Santi Petri, tras negociar su salida, fue por entre las filas árabes, como si de un ser superior se tratase, hasta el puesto de mando, donde tras saludar al emir, firmaron lo pactado. Acto seguido, los soldados cristianos, tras subir a sus rocines, partieron escoltados para volver a tierras de León.
Dos centurias mahonetanas ocuparon el lugar y se iniciaron las obras para construir una gran fortaleza con varias e importantes líneas defensivas, y trincheras que nunca después sirvieron para nada."
-¡Abuelo...!- Interrumpió el infante.
-¿Qué quieres...?- Preguntó el abuelo.
-¿Y cómo, no se ve el castillo...?- Preguntó el niño.
-Te lo contaré.- Dijo el abuelo que continuó así:
"Como te decía, aquella extraordinaria fortaleza se perdió "sin pena ni gloria". A causa de los enfrentamientos de la reconquista, los soldados la dejaron para ir al frente, dejando una pequeña guarnición que la defendieron con valentía y hasta con la vida.
Tras la reconquista, la fortaleza fue abandonada a su suerte. Muchos de los materiales reutilizables fueron sustraídos y otros rotos al sacarlos. Ese fue el primero de los saqueos y como las autoridades ni se molestaron, hasta el siglo pasado, fue saqueada sistematicamente cada vez que se presentaban estrecheces económicas, de modo, que al día de hoy, no queda "piedra sobre piedra". "Y es que, donde estuvo el moro, se busca el tesoro. Y quienes buscan las migajas dormidas, le falta capacidad para atrapar las despiertas.
Añadiré, que el abuelo era descendiente de un antequerano, que vino a repoblar la zona y que a su vez este, era descendiente de un rico poblador de Ronda que, tuvo que salir con lo puesto; rendida la autoridad y entregada Ronda....
¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de octubre

EL PIRATA
Tomás del Charco
12-IV-2015

Un día , me tocó atender a una señora mayor, que daba la ligera impresión, de ser una persona ilustrada, descendiente de una familia con "solera". Así lo confirmaba la decoración de su casa.
Ella, tenía necesidad de hablar y yo, sin proponérmelo, escarbé en su memoria. Se percató; pero en vez de molestarse, supongo, que eligió contarme esta historia, que decía, que habían contado sus ascendentes, desde mucho tiempo atrás.
Decía la señora, que la reconquista ya era cosa del pasado; que Fuengirola, aún era una aldea, a merced del campo y el mar, en cuyo castillo, estaban acuartelados casi treinta soldados; para repeler los frecuentes ataques, de los piratas por mar; de cuyas extorsiones, los entonces vecinos del villorrio, que sobrepasarían los doscientos, estaban causados y encolerizados.
De pronto, una mañana, empezaron a oírse cañonazos. Un barco, estaba atacando el fuerte que, acabó siendo asaltado, a primera hora de la tarde. Sólo salvó el pellejo, el subjefe de la guarnición, que saltó la muralla, para comunicarlo y buscar el modo de contraatacar.
El soldado, esperó el momento, de moverse sin ser visto..., para organizar.... Pero llegó tarde. Los vecinos, estaban muy pendientes y no perdieron tiempo, de modo, que pasaron a cuchillo, al retén que aguardaba en el barco, y lo condujeron al este.
El pirata, aprovechando la oscuridad, volvió con sus botes, cargando el botín; pero..., no encontrando el barco, se volvieron al castillo.
Entre tanto, los vecinos, desaparejaron la nave y emplazaron los cañones en las entradas a la aldea; sin reparar en que, estaban metidos en un buen lío; pues los piratas, eran de lo más sanguinolentos.
El soldado llegó al poblado y tras identificarse, convocó una reunión de urgencia. Narró lo sucedido en la fortaleza; valoraron la situación y acordaron: doblar la vigilancia, enviar un correo, inmediato, al Cuartel General de Málaga, e idearon una estrategia para atacar al enemigo.
Todo apuntaba, a que la noche iba a ser larga y crucial, sobre todo, si no llegaban pronto, los refuerzos pedidos. De hecho, sin llamar la atención, se estaban produciendo otras urdimbres.
En el castillo, el jefe de los piratas, desapareció sin dejar rastro. Al otro lado del río, un control facilitó el paso, a un harapiento mendigo que, no se dejó ver; que llegando a la aldea, entró en una casa, como la desgracia misma.
Con extrema rapidez, redujo a la mujer que la habitaba, poniéndole el encorvado puñal en el cuello. Tuvo que dejar el niño de brazos en la cuna y encerrar los otros, para que el malvado, la profanara y violara a voluntad; hasta que el padre de ella entró. Entonces, el sarraceno, sin apartar el arma, se recompuso, dejando que también ella lo hiciera.
Después, tras informarse, exigió al viejo que, le facilitara una barca.
Fueron a la playa, sin ser vistos y cuando el hombre dijo, que allí tenía lo que quería, el moro dió una tremenda patada a la mujer que cayó descompuesta sobre la arena, exigiendo al padre, que arrima el bote al agua.
Nadie sabe que pasó. Ella, tras recobrarse, empezó a buscar a su progenitor y encontró un cuerpo tirado, inmóvil.... Palpó hasta descubrir....Chilló lo que pudo, hasta que gente, con linternas y candiles, se acercaron al lugar.
El cuerpo sin vida, tenía medio seccionado el cuello. Le llevaron a su casa, mientras ella, entre lamentos, fue a liberar a los niños. Ni siguiera el marido, que llegó enseguida, fue capaz de consolarla, ni supo nunca de la otra desdicha; pues ella, se encerró en sí, para no volver a ser, la que el conocía.
Clareaba el día, cuando llegó la noticia, de que una centuria, estaba próxima al poblado. No tardaron en tomar posiciones, mientras el mando, contactaba con el sargento y el jefe de la aldea.
A media mañana, tuvo lugar el ataque. Pronto estrecharon el cerco. Y tras abrir un hueco en el muro, empezaron a salir piratas, para tapar la brecha; pero nadie de quienes salieron, volvieron a entrar.
El sol cruzaba la vertical, cuando sin disparos en contra, los soldados practicaron el asalto que, por corto tiempo, fue encarnizado y sangriento. Pasaba el medio día, cuando se repuso el estandarte, tras saber, que el pirata jefe, no estaba entre los vencidos.
A otro día, enterraron los muertos y la normalidad fue volviendo, mientras el vientre ultrajado crecía. Pero las viejas del lugar, procuraron que se olvidara el daño y prepararon un brebaje que interrumpió la preñez.
La mujer, en la hora última, confesó lo que sabía de lo acaecido. Del pirata que, disfrazado dejó pasar el marido, nunca más se supo. Y el romancero del pueblo, durante algunos años, recitó la epopeya.

-¿Y sabe...?- Me preguntó la señora. El tiempo, ayudó a poner las cosas en claro. Ese mal nacido, era hijo de un soldado principal que sirvió al rey moro, que vivió en él posteriormente llamado palacio de Mondragón. Desde muy joven fué el más temido de los saqueadores, y que por su padre, fue desterrado en vez de ser ajusticiado.

-¡Qué fatalidad!- dije.
-¡Bah...! ¿En que ciudad no hay de todo...?- Quiso quitarle importancia la mujer.
Y dije: ¡¡Ay Ronda...!/ Ciudad ancestral,/ tan elevada...,/ la monumental...,/ tan honda...!

 

Mes de noviembre

EL REGANTE
Tomás del Charco
26-V-2015

Se contaban cuando yo era pequeño, pasajes nunca escritos de épocas pasadas, gracias a lo cual, no es difícil vislumbrar que, en esta vida, disponemos de la suma de muchas herencias, de sangre, de pensamiento, de fé, costumbres, etc.
Así, las cosas se hacen, se rehacen, se reforman o se varian, como La Fuente de Los Arteros, que debió contar los siglos, mientras en su entorno, una historia callada, alberga otras gestas, que a su vez, contienen otras anécdotas.
La Fuente de Los Arteros, el siglo pasado, era una sociedad de regantes, que repartía el agua en tandas y una subasta que, llamaban "el porchón" que, marcaba el principio y el fin de las tandas.
Pero la historia que nos ocupa, es de esas que se contaban y que admiraron a generaciones, cuando la zona ya reconquistada, aún vivía bajo la influencia, de quienes habían sido sus moradores.
Contaba la fuente, con un embalse, con orificio de salida; el correspondiente tapón (que por su forma fálica, no faltó, entre los adagios del juego de "los años" que se hacía cada noche vieja) el azarbe común y el tablacho, que tenía la función, de dirigir el agua, a un margen, o el otro de la rambla. En el común, por donde siempre pasaba el agua, había fosos para cocer el esparto.
Pues bien....Cada uno de estos hoyos, contaba con anécdotas y chascos que, iban contando los vecinos. El socavón más usado, era el más cercano a la salida y el segundo, que siempre, los cubría el agua. Los otros, se usaban ocasionalmente.
Es probable, que en la época de Los Reyes Católicos, la tanda, en la Fuente de Los Arteros, contase con varias jornadas; siguiendo la costumbre de los anteriores beneficiarios, en que quizá, los días de agua en propiedad, fueron unos pocos y las subastas, lo más usual. Es decir: el porchón o, "al porchón".
En una de estas subastas, un regante poco usual, que quería regar sus olivos, pujó y se quedó con el agua, en acuerdo con otro regante; de modo, que tapó el embalse a posturas de sol y tras regar, para evitarle extorsión al compañero, a la seis de la madrugada, no solo volvió a tapar, sino que teniendo el otro regante, sus bancales en el otro margen, también fue a cambiar el tablacho.
Se sentía bien. No le costó favorecer al compañero de puja. Se situó sobre los sillares que, tenían los canales del tablacho; lo cambió y cuando fue a coger barro, para obturar las fisuras, algo que billaba le paró. Sin duda, la luz de la luna, chocaba sobre algo que rexplandecía. Echó tierra sobre el brillo y este, se extinguió; aunque ahora se reflejaba la luna. Eso era más normal.
-Lo normal...- Repitió el regante de forma maquinal.
Tras terminar, volvió a su casa. Se acostó inquieto, recordando aquel brillo, sin proponerse más, que dormir. El sueñó llegó y con el, el ensueño....
"Soñaba que era un hombre rico. Volvio a ver aquel destello; y metió la mano en el agua...."
Se despertó. Y era verdad; tenía la mano en el cubo. No se explicaba qué hacía allí.... Ni siquiera sabía que fuese sonámbulo. Ya no cogió el sueño.
-"Lo normal..."- Pensó en una perdida abstracción. Y al punto, como si se hubiese "aclarao"; se dijo así mismo que, estaba claro. Meditó largo rato, mientras se decidía a levantarse.
Siempre era mal momento para buscar algo que desconocía. Pero tras comer, se dirigió a la fuente y cerca, empezó a hacer una choza. Si alguien preguntaba, diría que iba a seguir las aves. Pero nadie le incomodó.
El sol, abandonó el paisaje. El regante de turno, taponó el embalse. Y cuando hubo oscurecido, aún tuvo que esperar la ayuda de la luna. Montó el largo astil al escardillo y esperó....
Pasó la media noche. La luna escaló el espacio. Apareció un regante que, tras destapar la balsa, se fue revisando la acequia.... Aquel era el momento. Se acercó al lugar, se descalzó, se arregazó la ropa; miró para situarse y se metió en el agua.
Fue retirando el barro con las manos, hasta que tocó algo que, le llamó la atención. Esperó, a que el agua se aclarase, volvió a situarse para mirar. Y en efecto, algo brillaba. No quiso tardar más tiempo; siguió desterrando con prisa, lo que parecía una caja. Lo que brillaba, resultó ser un asa de metal, pulida por la tierra que arrastraba el agua.
En poco, extrajo la arqueta y tras recomponerse, caminó sin parar, hasta llegar al almiar que, tenía al lado de la casa, enterrándola en la paja. En casa, dijo a otro día, que había ido a otear la caza.
No tuvo prisa en saber, qué contenía el estuche. Prefería, si podía, no desvelar nada. Esperó el momento para no correr riesgos y abriéndolo, quedó anonadado. Había rebuscado un tesoro. La caja de un hombre rico que, tuvo que "salir con lo puesto"....Una fortuna que fue capaz de administrar secretamente.
Y es que, si la fortuna nos sonrie, debemos evitar que se arrepienta.
Se llegó a decir, que el arca contenia además..., una llave y que el regante, viajó hasta Ronda para probarla; pero nadie confirmó que así fuera.
¡¡Ay Ronda...!/Ciudad ancestral,/tan elevada...,/la monumental...,/tan honda...!

 

Mes de diciembre

CUENTO DE OTOÑO
Tomás del Charco
1-VII-2015

En los últimos años de la Ronda musulmana, tuvo lugar, como un presagio, esta historia en una hacienda, a casi dos leguas de la ciudad.
En Ronda vivía el dueño de la alquería, que era comerciante y que para vender, no se le ocurrió otra idea que, la de difundir, que los caseros tenían una hija bellísima.

Enterado el casero, quiso cobrar su comisión y para ello, pretendía casar bien, a la deslumbrante Sirine, de la que pregonaba sus virtudes.
Un joven, vecino del tendero, cuya familia estaba un buen estado económico, enterado, aprovechó un alboroque para conocer a la dama. El resultado, fue lo impensable y embrujado de amor, pretendió quedarse junto a ella; pero los acompañantes y el mismo casero, consiguieron variar su idea; de modo, que se comprometió a volver enseguida. Para despedirse, le recitó unos versos a la moza que, también quedó prendada.
Thabit, no se apresuró tanto como dijo; pues pensaba volver con corte, regalos y músicos para dar solemnidad al momento y eso, tenía que prepararlo. Pero su padre, sin saber de los tajos del hijo, fue más práctico. Se presentó en la alquería, exponiendo que quería ver a la hija de los caseros.
-Es usted demasiado mayor para mi Rosblanca.- Dijo el casero.
-Muestrémela y veremos...- Dijo entonces Abu, con retante poderío.

-Tendrá que esperar.- Contestó el casero. -No le puedo mostrar a mi hija, si no es, ataviada para la ocasión.
-Está bien. Puedo esperar.- Asintió Abu.
La espera, mereció la pena; pues si le sobrecogió la belleza, más le atrapó el esplendor.
Abu, a parte de verla, cruzó una palabras con ella, que se mostró halagada y condescendiente, tras lo cual sacó unas mas monedas de oro y el casero dijo entonces, que no parecía tan mayor como había dicho antes; en tanto, el pretendiente, afirmó que volvería a otro día con su séquito, su familia y los testigos. Y le daría, mucho más dinero.
También describió Abu a su familia. Cuatro mujeres, una docena de hijas y un varón con veinte años, que se llamaba....El casero evitó el gesto, mientras pensaba que, había roto el saco antes de estrenarlo.
El casero ofreció té y tras el leve convite, mostrando agradecimiento por lo acaecido, mandó a la hija, que se retirase a su habitación. Tras un abrazo, Abu salió del aposento y regresó a su casa, a lomos de su caballo y en compañía del mozo mayor.
Malika, empezó a recoger, antes de que Abu dejara atrás el camino, y sin pedir explicación, Sirine y su hermana pequeña, se pusieron a ayudarla. Poco después, el casero y sus hijos varones, empezaron a recoger a toda prisa; pues antes de que cayera la noche, inevitablemente, tenían que partir.
La familia, se fue hacia Sevilla, sin pararse en toda la noche y cuando salía el sol, vieron la frontera ya cercana. Se llevaron todo cuanto pudieron cargar sobre las bestias, además de las cabras, las ovejas, las gallinas, dejando como tasa en la frontera el pollino grande.
Cuando estuvieron lejos, pararon para dar las gracias, desayunar y descansar hasta el medio día.
En la hacienda, ya alto el sol....A la entrada del otoño....Era el momento..., de hacerse con una joven esposa....Pero el destino, en el otoño, le reservaba otro tipo de sorpresa.

Thabit, había llegado a la hacienda a media mañana. No podía creer que no quedase "ni el gato". ¡Tanto esfuerzo..., para recibir un desplante de ausencia...! El séquito, esperaba a la sombra de una frondosa encina, el fue a los corrales, a las cuadras, a los apriscos; después al salón de la cocina y por último, entró a los dormitorios, intentando encontrar una huella de Sirine.
Y cuando salía, tan triste como colérico, se encontró a boca-jarro con su padre que, enterado ya de la situación, le dijo palabras de consuelo y cómo tenían que lavar la ofensa.
Hasta el momento, padre e hijo habían estado distantes; pero el desaire, vino a acollararles y convinieron en montar una expedición para buscar y castigar al casero y su familia. Pero les rechazaron con firmeza en la frontera.
-¿Sabes, Thabit...?- Inquirió Abu, cuando ya volvían a Ronda.
-Le escucho, padre- Dijo el joven.
-Mi padre, decía que era muy importante la información y la correspondencia; pero mira..., lo recuerdo ahora, cuando veo difícil recuperar mi bolsa. Y es que, cuando se presenta el amor, la razón se quita de en medio.
¡¡Ay Ronda...!/Ciudad ancestral,/tan elevada...,/la monumental...,/tan honda...!



                     
             

 
 

 


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